Optimista sin escrúpulos

Aunque no debería olvidarse que hace un siglo, Europa calló, como un mal menor, cuando Hitler ocupó los Sudetes

Tras el impacto de los crímenes en Ucrania, no es fácil hablar en estos días de Putin, sin limitarse a maldecirlo y a compararlo con los más brutales matadores masivos de la historia. Pero al margen de ello, también me pregunto si no estaremos al cabo sino ante otra cruel versión de aquella banalidad del mal, que H. Arendt supo advertir entre algún genocida nazi. Y que, a pesar de tanto sadismo como muestra, el odioso sujeto solo opera como un paradigma de ese tipo de necio endiosado, ebrio de hybris, al que Scruton denominaba "optimista sin escrúpulos", por su apego a imaginar un escenario idóneo por cuyo logro se arroja con fervor y sin considerar ni el riesgo que asume ni las responsabilidades de su fracaso. Algo acaso más propio de un soberbio necio que de un simple loco. Aunque tampoco es descartable que en este caso concurran ambas derivas psíquicas.

Pero me inclino por la primera, desde la premisa de que, aunque el optimismo tiene funciones positivas para la ciencia antropológica, ya en el ámbito de la felicidad como en la consumación de los proyectos de vida, privados y colectivos, no obstante, como toda propensión de raíz emocional, su gestión resulta muy azarosa y obliga a profesarla con suma cautela, como bien sabían los estoicos, ya que esa lícita esperanza de alcanzar algo idealizado, cuando no va asistida por una reflexión seria, lo único que garantiza, pero esto con certeza, es un altísimo riesgo de acabar entre desastres, anímicos o materiales. Un sesgo tan común entre políticos que no descarten que será un optimista irreflexivo y sin escrúpulos, o sea un necio con botón nuclear a mano, quien inicie la 3ª Guerra Mundial, tal vez la última de las guerras humanas. En el caso de Putin, cada día es más evidente que su clara expectativa de victoria cuando inició la invasión militar, esa ciega confianza en lograr una ocupación relámpago de Ucrania, infravaloraba las serias dificultades de la empresa, además del aguerrido aliento de su gente y que, en su delirio, solo idealizaba el posible beneficio.

Aunque no debería olvidarse que hace un siglo, Europa calló, como un mal menor, cuando Hitler ocupó los Sudetes, con la excusa de que sus habitantes querían integrarse al Reich. Y que aquel silencio más que aplacar, enfervorizó al nazi: ¿quién se extraña pues de la reacción de Putin tras ocupar Crimea en 2014, en silencio, que luego quiera el Donbass y luego …

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