Paciencia

Y virtud esta de la paciencia, ligada a la tolerancia y a la calma perseverante

Hace poco un matrimonio amigo celebró sus bodas de oro. Un evento peculiar para ésta época de torpe deslustre de la institución conyugal, que haya quien conserve, como Marisa y Andrés, tras medio siglo de convivencia, no sólo su compromiso nupcial sino, además, con el ánimo suficiente para festejar su supervivencia marital, a despecho de las tentaciones saltimbanquis del carpe diem. Pero siendo ya insólito el hecho, acaso lo más singular del mismo sea la explicación que dio el novio de oro cuando uno de sus hijos le inquirió sobre la clave de la gesta. Y el buen esposo, se limitó a revelar con lúcida sencillez su fórmula mágica potágica para pasar la vida con una sola pareja de hecho y de derecho: «paciencia, mucha paciencia, hijo mío». Como tengo al protagonista por hombre instruido y muy sensato, tomé nota y curioseé sobre el alcance de su alegato, verificando que la voz paciencia, proviene del latín «pati», o sea la misma del so/portar. Voz que justifica al paciente o a la compasión, amén del mosqueante «patíbulo», según J.Coromina. Y virtud esta de la paciencia, ligada a la tolerancia y a la calma perseverante, enemiga inconciliable de los órdagos e histerias que nos propone, y con las que a menudo nos extravía, el vértigo de esta sociedad de las prisas, en la que la precipitación arruina toda serenidad. Una virtud hoy especialmente atosigada por la peste de urgencias que contaminan la vida pública, donde unos quieren imponer sus órdagos políticos -como el del no-es-no-, y otros sus premuras rupturistas -referéndum sí-o-sí-, otros condenar antes del juicio y todos infectados por la neurosis obsesiva del pelotazo, sin respetar nadie los tiempos que exigen las alternativas democráticas, o que rigen los procesos judiciales y el desarrollo reflexivo de cualquier empresa seria. Miren, alguna vez me solacé especulando con la posibilidad de figurar en la primera generación, tras miles de años de historia, que quizá logre vivir una vida en paz y sin guerras, utopía cuyo mérito, de verificarse, sólo cabría atribuirse a la legendaria paciencia de aquellos políticos, aún tan cercanos, que tras pavorosas guerras sembraron tolerancia para hablar, negociar, ceder, pactar y alcanzar acuerdos para una convivencia en general satisfactoria. Que hoy cuatro inmaduros descerebrados quieren reventar con una intransigencia impaciente, que dará poco que celebrar. Porque quien siembra odio...

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