Y el Papa, se mojó

Francisco advierte sobre la frustración galopante de los ideales fundacionales sobre los que se alzó la Unión Europea

Ha viajado el Papa hace unos días por Chipre y Grecia, en un periplo peculiar no ya por los lugares visitados sino porque fue esparciendo una serie de perlas pontificales, algunas novedosas, cuya significancia invitan a ensamblar todo un rosario ideológico sobre dialécticas sociopolíticas muy sensibles para la convivencia civil. Además de que, por la firmeza con que las ha expresado, inusual en la barroca diplomacia vaticana, merecerían una serena reflexión que, por supuesto, se hará poco y acaso distorsionada. Y es que no andamos acostumbrados a que un Pontífice se implique opinando, críticamente además, sobre asuntos tan espinosos y radicalizados como los rancios nacionalismos, los odiosos muros fronterizos o los populismos rampantes, para conformar una suerte de corpus ético que marque pautas al católico, en particular, aunque nadie pueda sentirse ajeno al repudio dada su relevancia institucional, y dé respuesta a las tensiones que ponen en riesgo y ventura a la organización estatal vigente y por ende a la paz social, a despecho del tradicional eclecticismo del Estado Vaticano, ducho en no implicarse en discordias políticas o económicas del primer mundo.

Y llega el Papa Francisco y se moja, pero a conciencia, advirtiendo sobre la frustración galopante de los ideales fundacionales sobre los que se alzó la Unión Europea, hoy "desgarrados por los egoísmos nacionalistas", (sic), una afirmación que no solo no compadece, sino que desautoriza sin paliativos, el exhibicionismo grosero de los colectivos clericales que ceden sus campanarios para que ondeen las ikurriñas y esteladas de los sembradores del odio al otro. Una descalificación del egoísmo secesionista que choca frontalmente con los discursos de tanto jerarca eclesial (de obispos como J. Planelles y X. Nonell o el abad de Montserrat) sermoneando que el derecho a la independencia está por encima del derecho a la unidad de España. Un discurso, en fin, que también deja en evidencia la equívoca neutralidad de otros, como el cardenal Omella, reacio a predicar, ni con la palabra ni con su ejemplo, una posición ético social explícita contra el auge de ese tipo de populismo reaccionario que revela una "degeneración y retroceso de la democracia", al decir del Papa, por potenciar la cultura de las fronteras tanto físicas como existenciales, alzando también muros en el corazón, que le aíslen de otras culturas, de otras personas.

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