La interacción entre literatura y derecho nació encunada junto al instinto de lo justo: un ideal que obligaba a explicitar y ligar fundamentos legales si se quería superar el atropello inicuo. De ahí que instruir una causa criminal sea un reto similar a escribir una obra literaria, en la que fiscales y abogados operamos de guionistas, y hasta de coristas, en una cruda escenificación que luego el juez edita. Reflexiones que afloran al abrir el nuevo libro escrito por el magistrado Luis M. Columna Herrera, presidente de la Audiencia, sobre «Los juicios del siglo XX en Almería», donde honra ese vínculo jurídico literario que digo, al relatar hasta diez de los casos más tristemente famosos enjuiciados en esta ciudad, desde las muertes inmortalizadas por Lorca en Bodas de Sangre, a las del Caso Almería, pasando por los crímenes del niño de Gádor o del Casino. Una compilación que, como advierte el título, rescata con rigor y desde la mesura que permite los años, la memoria de unos hechos que conmovieron a esta ciudad, salvando la fría exégesis acumulativa de datos en cada sentencia, al desmenuzarla en varias secciones que cifran su impacto social, o cómo se vertieron los hechos probados y se graduaron las circunstancias modificativas de las penas en cada caso y, en sutil colofón, cómo se habrían sancionado hoy, con leyes distintas. Todo un lujo jurídico para los estudiosos del derecho, y literario para los amantes de tanta tragedia humana que ha nutrido el género de lo justiciable desde la Antígona griega hasta la fecha. Un ejemplo, también, de narrativismo forense que colma el desafío de contar dramas humanos con solvencia y precisión, razonando con retórica experta pero accesible a legos, los motivos que justificaron en cada caso absolver o condenar a los implicados, que es, al cabo, el envite donde cada operador jurídico salva o condena su propia conciencia y hace inexcusable enriquecer la didáctica que elucide la frialdad leguleya y dé sentido existencial a lo justo. Como procura esta obra porque, si como creo, el derecho fuera una ciencia, acaso inexacta, pero ciencia al fin, su aplicación al plasmarse en una sentencia ya pasa a ser arte expresivo y comprensivo, además de arte trascendente en tanto opera sobre dignidades, libertades y haciendas. Y ese es el afán y gran logro de un libro quizá imposible de escribir, ni de leer, sin llevar inoculada en vena la pasión por la Justicia.

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