Peligros identitarios

El único patriotismo posible para una sociedad moderna, justa e igualitaria, es el constitucional

Lo acontecido en Cataluña y su onda expansiva pone encima del tapete la necesidad de una reflexión seria y de calado sobre la naturaleza y necesidad de las comunidades autónomas, al menos tal y como están planteadas. La dinámica de la política autonómica y su empeño en la asunción de los rasgos identitarios como un bien preservable ha degenerado en reinos de taifas arrogantes, chovinistas y autocomplacientes, donde los partidos dominantes de cada territorio han metabolizado y exaltado la cultura tribal para que determinados reyezuelos y su corte de ignorantes y amorales palmeros puedan perpetuarse en el poder. Las autonomías nacieron por la necesidad de satisfacer las aspiraciones nacionalistas de ciertos territorios mal llamados “nacionalidades históricas” y, por extensión, se cosió todo el mapa de límites, se inventaron territorios con personalidad política y rasgos identitarios propios, como riquezas que habían de conservarse y acrecentarse. Progresivamente se les fueron cediendo competencias hasta engordar al monstruo engreído y se vació poco a poco el Estado central. Y ese fue el gran error, principalmente en lo que se refiere a la cesión de las competencias de educación y cultura, verdaderas armas de manipulación y lavado de cerebros. Las instituciones de las sociedades democráticas modernas, al menos las de las más avanzadas, no están para avalar patriotismos de raza o de tribu basados en mitos, creencias fabuladas o manipuladas interpretaciones de la historia pasada. El único patriotismo posible para una sociedad moderna, justa e igualitaria, es el constitucional, como ya lo explicó Habermas, el más importante pensador vivo comprometido con una izquierda moderna, social y razonable. Los patriotismos que se nutren del orgullo por la pertenencia a una tribu, con sus mitos, ritos y tradiciones son el germen de todo supremacismo o xenofobia. El proyecto de la Ilustración, que desgraciadamente no pudo implantarse en su conjunto, aspiraba a una verdadera hermandad e igualdad entre los hombres, a una superación de las distintas tribus y sus rasgos diferenciales. Pero el Romanticismo, surgido como reacción al imperialismo napoleónico, rehabilitó los mitos de los territorios, especialmente los religiosos y raciales, abocando a los nacionalismos y fascismos tal cual los conocemos hoy. Las autonomías que nacieron básicamente para preservar los rasgos identitarios es tiempo ahora de revisarlas y retirarles, al menos, ciertas competencias.

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