Ahora resulta que esa figura o ese paisaje borroso tan propio de las obras de Renoir, Monet o Degas, se debe a que buena parte de los pintores impresionistas eran, sin más, miopes, “lo que podría estar degenerado en una visión muy particular y común del mundo”. Según un estudio del insigne oftalmólogo australiano Noel Dan, publicado en el Journal of Clinical Neuroscience, los paisajes borrosos, la falta de detalle y la viveza de colores en los cuadros podría ser un problema de visión más que una interpretación del artista. Esta patología puede explicar el uso del rojo y del azul. Podemos meter en este saco, también a Cézanne, Pisarro, Matisse, Rodin, entre otros.

“A medida que Renoir envejecía y su miopía aumentaba, sus cuadros eran cada vez más enrojecidos. Y en cuanto a Monet, éste padecía de catarátas, y esto es visible en su tendencia hacia el marrón y la progresiva pérdida del detalle. Sus blancos y verdes se fueron transformando en amarillos y las imágenes cada vez más difuminadas”. La conclusión del estudio es que un par de gafas podrían haber cambiado, por completo, el arte pictórico de la época.

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