Prolongación del adiós

Si el paso a la “inmortalidad” depende de los recuerdos, qué diferencia entre unos y otros

Forzado en cierta medida por la tradición familiar he rendido visita a un pequeño cementerio dispuesto a colocar las flores de rigor. Y, aprovechando la ocasión, me dediqué a observar lo que había y pasaba a mi alrededor. Así, sin ninguna pretensión de perspicacia, pude obtener algunas conclusiones de índole sociológica. Haciendo una ligera clasificación por grupos de género, lo primero que se ofrecía a mis ojos es que un altísimo porcentaje del personal eran mujeres. No es que los varones brillaran por su ausencia, pero su presencia era poco más que testimonial, jugando más bien un papel pasivo de observadores o, a lo sumo, de auxiliares. En cuanto a los rangos de edad no es arriesgado afirmar que en su mayoría no cumplirían ya los sesenta años. Por debajo de esas edades, había algunas mujeres que normalmente acompañaban a otras mujeres de edad. Queda claro, por tanto, que el mismo papel que se les atribuyó a las mujeres de cuidar del resto de los mortales en vida queda prorrogado también para cuidar el entorno los que se fueron. Ultimada la faena de las flores, pude dedicarme a hacer un recorrido por todo el recinto. Me gustaba ver nombres y fechas analizando, por una parte, la prevalencia de ciertos apellidos, cuatro o cinco, mezclados de diversas maneras, constatando la presencia de algún otro que se salía de lo normal. En cuanto a las edades de los fallecidos, uno iba comparando las que aparecían en las lápidas con la propia y pensando “este murió más joven que yo”, o “no sé si aguantaré yo tanto como esta”. No obstante, lo más me llamaba la atención era la reiteración de las dedicatorias de los deudos a los fallecidos. Sin lugar a dudas el que más aparece es “no te olvidan”, seguido de “recuerdo de…”. Poca originalidad en los familiares y en los marmolistas. Ahora bien, el cumplimiento de la promesa del perpetuo recuerdo no se muestra como uniforme, si recordar es limpiar las tumbas y poner flores. Están las primorosas, las de algunos difuntos que murieron hace muchos años; están las de “salir del paso”, cumpliendo con el expediente; y están las que no han visto el color de una flor. Y están también aquellos nichos cuyo cerramiento no es más que un tabiquillo más o menos chapucero y que han caído en el olvido, aunque nadie les habría prometido nada. Si el paso a la “inmortalidad” depende de los recuerdos, qué diferencia entre unos y otros. Aunque al final, todos quedaremos en el olvido.

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