Promesas, promesas

Que el hombre que no respeta su promesa es inútil para todo acto trascendente

Cada día que llegan noticias, que son casi todos, sobre las rutinarias promesas incumplidas en Almería ya sobre el AVE que nunca llega, ya del paso de la muerte en el Puche o de la Alcazaba que se cae y tantas otras que recapitula a diario la prensa local o que, un periodo electoral tras otro, reverdecen los promitentes candidatos de turno, recuerdo aquella disertación del Chesterton propagandista antiprusiano de la primera guerra mundial, cuando afeaba las promesas incumplidas, elucidando que era precisamente la capacidad de prometer -o sea, de mantener una responsabilidad vívida a través del tiempo- lo que nos distingue de los salvajes y los brutos porque la promesa, como la rueda, es un fruto civilizador: algo desconocido en la naturaleza. Que el hombre que no respeta su promesa es inútil para todo acto trascendente. Y que dada la simplicidad del olvido, es fácil enviciarse en hacer promesas hueras para faltar a las anteriores. Discurso que viene a cuento de las nuevas esperanzas -con seguridad, otra vez vanas-, que de nuevo este viernes nos ofrecen aquí, como a desmemoriados necios, sobre inéditos proyectos retomados para el AVE, mientras que se publica por ahí, sin que nadie lo desmienta, que los presupuestos europeos para el corredor mediterráneo, se han gastado ya pero no en el Med sino en los enlaces ferroviarios de Madrid capital. Qué razón tenía Jesús Miranda, el único político que ha hecho algo real por nuestro AVE, al avisar que traerlo o no traerlo hasta Almería es una mera cuestión de influencia en Madrid, donde nuestros políticos no tienen ninguna. Y que lo único que son capaces de traernos de allí, -pero en avión, que les pagamos los paisanos- son falsas expectativas, que engorden el desolador paisaje de falsías y compromisos vacuos de las siempre utópicas y siempre burladas esperanzas de ver algún día el AVE, o similar, planeando sobre el Andarax. Y ante panoramas así, me acuerdo del Chesterton devoto de aquella cultura mediterránea en la se respetaba a quien cumplía su palabra y donde una promesa seguida de un apretón de manos era un trato tan firme como una escritura. Y predicador de que merece la pena luchar para que se cumplan las palabras empeñadas, propias y ajenas, por dignidad social, por el largo brazo del honor y por todo lo que levanta al hombre por encima de la arena movediza de sus caprichos y le da el dominio del tiempo. Y sobre los brutos.

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