El Proust

Despachan más librerías por habitante, mientras los habitantes leen menos libros por habitante.

Va y me dice De Rus que Proust también era un columnista de provincias y contaba lo que vivía en su diminuto entorno, alejado del torbellino de la cultura y la intelectualidad. Y lo que antes llegaba a raudales ya no llega ni a Almería ni a esa feria del libro y la nostalgia proustiana en la Rambla no huele a nada, vislumbra sólo ese afán cambista por intercambiar libros por dinero, insistentemente en cada caseta donde además hay escritores mustios a la espera de ejemplares acompañados de lectores donde estampar la firma emulando las interminables colas de otra otras provincias. Al fondo rumia el jefe repasando el cash-flow al minuto y golpeando insistentemente la libreta (la tablet) con el bolígrafo digital diciendo, no llegamos, chicos, no llegamos. Mientras, los locos de atar de Madrid aparcan en bares de Lavapiés, viven en sótanos, salen en los telediarios y son el objeto de odio de miles de españoles de pro. Ya no vienen por carreteras interminables llenas de curvas, con amigos, parando en bares donde piden ginebra y la beben rápido porque tienen que seguir, ya no me rodean en terrazas hablando de que a tal escritora le obligaron a poner palabrotas donde no las había. Irreverentes monetarios, que ya no editan aforismos con letra Garamond 12. Raros en los madriles, ya no van a las provincias, ya no llegan, ya no reciben premios de corta vida ni confunde a alcaldes, desubicados, raros. A qué debería de oler todo eso, cómo se tendría que recordar, dónde está la feliz magdalena estropeada por el tiempo. Abren nuevas tiendas de libros low cost para los nuevos recorredores de puestos de libros, los que nunca fueron a las librerías de segunda mando existentes, los que ignoraron todos los low cost van a nuevas librerías a darse el garbeo y salir con bolsa con logotipo. Despachan más librerías por habitante, mientras los habitantes leen menos libros por habitante. Sobran ferias o faltan lectores. Sobran libros o faltan ojos. Sobran algoritmos que perfumen magdalenas pero a veces sopla un olor en cualquier parte sin que nunca sepas a donde te lleva y que cuando quieres recordarlo se va rápidamente, como la adivinanza, si pronuncias mi nombre, me voy para siempre. Ahora toca hacer cuentas, rellenar excels y poner mala cara mientras el bohemio se ríe de todo el mundo en los madriles. Ahora hay que comprar magdalenas en el mercadona. Magdalenas que no huelen a nada.

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