¿Símbolos y fetiches?

El problema aparece cuando se da un salto y un cierto símbolo se convierte en un fetiche

Da pie para hacer, si no un tratado de antropología, sí por lo menos para una reflexión sobre la humana naturaleza. O mejor dicho, sobre la naturaleza auto atribuida de algunos seres humanos. Quizá, incluso habíamos hecho una distribución de los seres humanos, entre cultivados y primitivos. Eso se desprendía de la cierta conmiseración con la que veíamos a los "pieles rojas" danzando alrededor de un tótem, llamado "Manitú" o no. Recibíamos como un mensaje subliminal que nos dijera que, ante tal situación, más valía que se mantuvieran alejados de la civilización, recluidos en su reserva. Y así con algunas otras comunidades a las que tildábamos de "primitivas". Sin embargo podemos tener ciertos datos que pongan en cuestión esa creencia de cierta superioridad o diferencia radical entre nosotros y aquellos. Viene esto a cuento de las reacciones que ha suscitado la "procesión" de la espada de Simón Bolívar, y de que si tenía que haberse levantado o no todo el personal, incluido por supuesto el rey de España, a su paso. Eso supone que ese objeto inanimado, a fin de cuentas una espada, merece un público reconocimiento, que más que reconocimiento es pura pleitesía. Sin duda se trata de un cierto símbolo que significa algo o bastante para mucha gente. Similar es el caso de la consideración de otros objetos, antaño animados, a los que se les atribuye influencia en nuestras acciones. Me viene a la mente el brazo incorrupto de Santa Teresa y la influencia que parecía tener en las decisiones de Franco, cuya lucecita en el Pardo, contemplándolo, nunca se apagaba. O las reacciones que rayan en el histerismo a la vista de ciertos objetos inanimados que pueden tener algún valor artístico pero que desatan auténticas pasiones. En mi opinión, el problema aparece cuando se da un salto y un cierto símbolo, un corazón en formol por ejemplo, se convierte en un fetiche. Mutatis mutandis, que dicen los clásicos, ¿qué diferencia hay entre estos comportamientos y aquellos que, despectivamente, encontrábamos en los "primitivos"? ¿Se había equivocado Aristóteles al definir a los seres humanos como "racionales"? Quizá tuviera más razón cuando hablaba del humano como "animal social" en cuyas interacciones encontraba más de irracional, emotivo, gregario, que de pensamiento lógico. En el fondo, los casos descritos y otros muchos ponen de manifiesto que la racionalidad en los humanos es, casi siempre, una ilusión.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios