Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Teoría de la barbería

Un chaval con los pelos de los de la ‘Oranje’ de Cruyff –como recién levantado y reacio a la tijera– es hoy un revolucionario

El cuidado del cabello es uno de los cambios sociales más sintomáticos, o lo es al menos para los hombres: hoy es de majara que uno llegue a una barbería y pregunte “¿tienes un hueco?”, porque te mirará el peluquero como si fueras un extraterrestre, colmatada su agenda, y atareado sin pausa con muchachos de entre 14 y 40. Niños –quizá ya con principio de artrosis– exigentes y con criterio propio en cuanto a cómo tratar su cabellera; o carencia de ella, por rasurada y delineada. Y por sus precisos pareceres sobre cómo tratarse la barba, otra seña de autoafirmación que, paradójicamente, adocena mucho a los rostros. Decimos, así por decir, que los chinos son muy parecidos entre sí. Pero aquí, por tribus, la chavalería parece casi toda de las mismas madres. Un chaval con los pelos de los de la Oranje de Cruyff –como recién levantado y reacio a la tijera– es hoy un revolucionario.

Nuevos hombres de esmerada vocación identitaria. Resulta bizarra la facción hipster, de barbas excepcionales y dignas de albergar nidos, que se esculpen con el secador la melena facial con movimientos de notable pericia: uno ha sido de no tener ni idea de qué pautas darle al peluquero al sentarse; y te levantabas de la butaca sin protestar. A fin de cuentas, “pelo mal cortado, a los tres días igualado”, porque una pelambre setentera u ochentera busca su ser. En todo esto, creo, hay actualmente bastante tiranía colegial, ante la que resulta heroico rebelarse. Y acabas –algunos vamos tarde– dándole al pelo una importancia excesiva, por afán de pertenencia o miedo a no pertenecer. Recuerdo mis primeros Levis Strauss, recuerdo el momento, verdaderamente iniciático y anhelado, y mira que no recuerdo mi primer beso de amor. Los valores estéticos evolucionan, cambia nuestra relación con la belleza, sus cánones, su esencia y su percepción social. Nada que objetar ni añorar, nada de lo que sacar pecho.

Ahora, el pelo es importantísimo para los chavales, esa franja de edad –chavales– más amplia de lo que lo era antes. La sofisticación era menos asequible, y más salvaje. El peluquero era un esquilador de humanos con cierta gracia, y ha mutado ahora en coach, en cómplice clave de la forma de mostrarse. “Una imagen vale más que mil palabras”: una bazofia de dicho, pero que en esto cobra vigencia. Mi pelo, mi tesoro; aliñado con tatuajes y músculos que la naturaleza quizá no te prometía. Tu pelo es tu propuesta de valor para tus mercados potenciales, una extensión fundamental del atuendo. Al caso: no hay quien se pele si no es con cita previa. Oh, tiempos; oh, costumbres.

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