Tradiciones salvajes

Que los autobuses urbanos de Almería se hayan integrado en el Consorcio Metropolitano de Transporte es una buena noticiaHoy, 6 de febrero, es el Día contra la Mutilación Genital Femenina, una fecha para concienciarnos ante esa brutalidad de la ablación sexual

Hoy, 6 de febrero, es el Día contra la Mutilación Genital Femenina, una fecha para concienciarnos ante esa brutalidad de la ablación sexual, sin razón médica, reputada técnicamente como rito "cultural", lo que ayuda a que perdure y dificulta eliminar su práctica: los padres creen, oiga, que les hacen un favor a sus hijas. Para se hagan idea y repudien el horror, no les eximo hoy del esbozo de la carnicería genital que supone la cruel infibulación, variedad en la que primero 'cierran' a la niña, tras extirparle a cuchillo o cuchilla, el clítoris y labios menores, cosiendo los mayores, todo a pelo y sin anestesia, para que al cicatrizar quede sellada la vagina, con un orificio para la orina y el flujo menstrual. Y solo luego, al casarla, la reabren para el esposo, ya salvaguardada su pureza y el honor familiar, claro. Que haya infección y dolor crónico, hemorragia y, a veces, la muerte misma, no es relevante: prima el antes muerta que impura. Son usos milenarios propios del Oriente y África profundos, donde solo accede Unicef y alguna ONG, que chocan con los muros inaccesibles de la religión fanatizada. Usos que millones de inmigrantes traen al primer mundo, junto con sus miles de niñas y sus dioses familiares, y por eso subsisten entre sus círculos, como algo propio. Y que aquí sea eso delito, no es problema: muchos envían la niña impúber a su país de origen, con la excusa de que conozca su "cultura", de donde regresará ya mutilada. Usos que perviven, ay, tapados por mujeres que fueron víctimas antes y acaban siendo después verdugos y defensoras de preservar la barbarie. Y es que esa cruenta tradición, como tantas otras, no suelen ser "invento" solo de la mente del macho. Los varones solos, no damos para tanto: y ese es un aspecto crucial para que persista el uso y se dificulte una erradicación cuya condena legal, es insuficiente, porque precisa mayor concienciación social. Quizá, ampliar el espectro actual de prevenciones (aviso de médicos, asistentes sociales, etc., nada sobra) hasta la escuela. Porque acaso lo más práctico para reducir esta lacra sería advertir a las niñas, desde su infancia, ante éstos y otros abusos, instruyéndolas, con la pedagogía adecuada a cada edad, sobre los riesgos que les acechan y, sobre todo, sobre el amparo que la sociedad pueda darles. Satanizar las tradiciones salvajes, vaya. Y luego, darles apoyo afectivo y efectivo real para su desarrollo.

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