A Jesús de Nazaret lo mataron porque fue bueno", escuché desde pequeño para explicar el porqué del ajusticiamiento en cruz de quien los cristianos vemos cumplidas en él las promesas que recoge nuestra tradición. Pues está muy claro que no pudo ser por eso; al menos, no fue bueno para todos por igual. Aunque ya parecían tenerle tomada la medida a Jesús, la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de una borriquilla (tal cual cómico, renunciando a hacerlo brillantemente a lomos de un espectacular corcel) en la previa a la Cena pascual judía para celebrarla con sus amigos más íntimos, parece que no fue lo que más cabreó al personal garante del orden establecido de aquellos tiempos.

Lo realmente desquiciante para los jefes religiosos y el poder político fueron sus formas de actuar (despreciando el juego económico con el que se regulaba el sacrificio: poder económico para Roma y los cambistas judíos, y poder religioso para la élite jerárquica), y las subsiguientes explicaciones dadas. Porque si, además de liarla parda al grito de "fuera de la casa de mi Padre", se explayó con lo de destruir el (reciente segundo) Templo y volver a levantarlo, ¡Él mismo!, en tres días… Pues ya me diréis: lo de echar unas latas de pintura roja sobre la fachada del Congreso o de otro color sobre obras de arte, no es nada en comparación; de hecho, a estos activistas del tinte no los mandaremos al sueño eterno nadie, estemos de acuerdo o en desacuerdo con sus métodos.

Leer tanto los relatos coordinados de los Evangelios sinópticos (los de los tres primeros evangelistas) como el de Juan, no ayuda a comprender la noticia de lo que fue aquello: nos manifiesta que ese acontecimiento se vivió de forma muy distinta dentro del grupo de seguidores de Jesús y cómo lo vivió el resto de la sociedad de aquellos días que andaba por Jerusalén: no hay más que comprobar el resultado de la encuesta a mano alzada que realizaron ante Pilatos en el Gábata, eligiendo a Barrabás.

Pues, estos días, los cristianos hacemos memoria de aquellos acontecimientos: violencia y muerte históricas, con el ignominioso ajusticiamiento del Justo, a la vez que esperamos el triunfo del amor sobre cualquier otro hecho, pero que para nosotros representa la resurrección que trasciende nuestras vidas plenificándolas en la suerte de ser hijas e hijos del mismo Padre. Fijaos en el Padrenuestro: no es "el Padre mío", sino el de todos.

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