Metafóricamente hablando

Vivir para contarlo

Apretó el dorso de su mano contra la cintura, en un intento vano de mitigar el fuerte dolor que sentía en la espalda

Era una tarde tempestuosa, a pesar del buen tiempo reinante en los días anteriores, ese día amaneció nuboso. El cielo, de un gris plomizo, amenazaba tormenta. Pronto se escucharon los truenos, precedidos de unos rayos que iluminaban toda la ciudad. Apretó el dorso de su mano contra la cintura, en un intento vano de mitigar el fuerte dolor que sentía en la espalda. Hacía días que le molestaba de forma intermitente, y pensó que era la factura que tenía que sufragar por pasar tantas horas delante del ordenador, en posturas inadecuadas para su columna. Aquella tarde sentía que le dolía más delo habitual, y se dirigió a su médico de confianza, a pesar de la lluvia torrencial que hacía impracticables las calles. Nada más ver la mirada huidiza del doctor, después de someterle a unas pruebas diagnósticas, supo que la situación era grave. Unos días antes, día había leído la entrevista que le hacían a una escritora norteamericana de éxito, enferma de cáncer. Vivía en un lujoso apartamento de Manhattan, tenía coche deportivo y un piso en la playa, donde se refugiaba a escribir cuando le asaltaba la inspiración. De repente todo saltó por los aires, necesitaba hospitalizarse y un tratamiento tan caro como el valor de sus posesiones. El suelo se tambaleó bajo sus pies y se sintió frágil. Tuvo los mejores cirujanos, el mejor hospital y los tratamientos más eficaces, a la vez que tuvo que ir desprendiéndose del apartamento en Manhattan, la casa en la playa, y el descapotable rojo. Confesaba que fueron tiempos difíciles, las musas la abandonaron y no fue capaz de crear nada en mucho tiempo, los recursos escaseaban y sentía el temor de que no alcanzasen para acabar el tratamiento. Cuando todo pasó, sola y pobre, tuvo que comenzar desde abajo, en un modesto piso de alquiler, de un barrio de la afueras. Era exactamente el mismo en el que vivía su vecino de habitación de aquel hospital tan caro, que a ella la condujo a la ruina, y a él a la muerte, cuando no pudo afrontar los gastos hasta su total curación. Allí volvió a escribir, inspirada por tantas emociones como había vivido en su lucha contra la enfermedad, sus obras volvieron a ser “best sellers”, y se permitió viajar a la vieja Europa. Cuando la enfermedad regresó más virulenta que antes, fue tratada en un hospital público español, compartiendo habitación con una persona que no habría podido pagar ni al médico que la atendió en urgencias. Allí recibió los mismos tratamientos que en su país, con la diferencia de que no tuvo que desprenderse de su escaso patrimonio, y sobre todo, porque su compañera de habitación sobrevivió igual que ella. En ese momento “la marea blanca” en defensa de una sanidad pública de calidad, de la que tanto había escuchado hablar cuando llegó, cobró todo el sentido, sin ella ninguna de las dos habría vivido para contarlo.

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