Carta del Director/Luz de cobre

Vivir solo

Vamos hacia un mundo de solitarios que no me gusta. Un mundo de zombies, encadenado a las redes sociales que es falso

El dato es aterrador: más de 70.000 almerienses, una gran parte mayor de 65 años, vive sólo. La información, que este periódico publicaba el pasado tres de octubre, muestra hasta que punto las estructuras familiares y la sociedad ha cambiando en las últimas décadas. El fenómeno puede atribuirse a varios factores muy relacionados con la sociedad contemporánea que nos ha tocado vivir.

En primer lugar, los cambios culturales y económicos, que nos han llevado a una mayor movilidad geográfica y a la disolución de las estructuras familiares tradicionales, lo que supone un distanciamiento no sólo físico, sino también emocional. No contribuye tampoco el ritmo que nos impone la vida moderna, con la permanente búsqueda de la independencia y la enfatización de la autorealización individual. El yo por encima del nosotros, que hace que muchos ciudadanos, más de los que pensamos, apuesten por la soledad. Y en tercer lugar, y no menos importante, los avances tecnológicos que nos ha llevado a una gran paradoja: aunque estamos más conectados digitalmente que nunca, la conectividad nos lleva de forma irremediable a un notable distanciamiento de las relaciones personales cara a cara.

La cultura contemporánea promueve demasiado a menudo la independencia, la autosuficiencia, a veces incluso a expensas o la espera de que lleguen relaciones interprofesionales más profundas y duraderas. ¿A Qué nos lleva esto? La respuesta es fácil: a un aumento notable de las personas que eligen vivir en soledad en busca de autonomía y satisfacción personal.

Pero, ¿hasta cuando se puede sostener una situación de este tipo, cuando el paso de los años nos lleva de forma irremediable a distanciarnos de los demás, a encerrarnos en nosotros mismos y, lo que es más grave, a la pérdida de aquellas amistades que un día fueron y ahora si no han dejarlo de serlo, las valoramos menos.

Un profundo error en el que con demasiada frecuencia caemos y que sólo provoca a la larga dolor, nos vuelve huraños y hasta desconfiados. Y lo que es peor, en personas ensimismadas y encerradas en nosotros mismos. Forzamos o provocamos un caparazón para tratar de defendernos del exterior y lo que provocamos es soledad y más soledad.

Una soledad que acarrea tristeza y falta de capacidad de relacionarlos. Es como si fuera de nuestro mundo lo que sucede nos molestase. Pero a la vez dibujamos en nuestro cerebro un universo paralelo que añora lo que un día fuimos y que ahora si no ha desaparecido, si ha quedado olvidado en aquella parte de nuestro cerebro que lo encajona y le impide salir. Vamos hacia un mundo de solitarios que no me gusta, un mundo de zombis encajonados y compartimentados en el que lo único que nos encadena al exterior son las redes sociales, el que las maneja. Un mundo paralelo y mentiroso que siempre nos defrauda por falso.

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