R ARA vez la línea recta es el camino más corto para llegar de un sitio a otro: la estructura de nuestros diseños urbanos y el paisaje rural, con sus valles y montañas, nos persuaden, rápidamente, de esta afirmación que encierra mucho de sabiduría popular, pero muy poco de conocimiento científico. A poco que echemos una pequeña reflexión sobre el hecho que estamos planteando, el atajar usando una línea recta para ir de un sitio a otro, comprendemos que sólo tiene sentido si viajamos en un territorio firme, llano, y no más allá de cinco kilómetros, que es hasta donde puede alcanzar con la mirada una persona de unos 173 centímetros de altura, como yo. Otra cosa es la sensación que se pueda tener después de un largo trayecto en el que no has variado tu viaje ni a derecha ni izquierda, de que has viajado "en línea recta": esto es imposible, la esfericidad de la Tierra nos impide ese desplazamiento, pues deja de ser ese plano aparente después de esos escasos kilómetros que mencionaba más arriba.

De hecho, la observación de la Naturaleza nos enseña, a través de las distintas Ciencias experimentales, que los procesos lineales no se dan en ningún escenario. Más allá de confirmar que los puntos, las líneas o los planos ideales de la matemática griega no explican la complejidad de los fenómenos observables y medibles, esas mismas Ciencias nos muestran cómo sus explicaciones pasan por unos modelos con una geometría muy distinta a la lineal. Sin embargo, las personas que trabajamos en los retos que se le plantean a las matemáticas, descubrimos que sustituir la realidad por otra "modelizable linealmente" ofrece ventajas… a cambio de no hacer trampas: el resultado obtenido no se ajusta a la realidad, y será necesario reajustarlo (suele ser mediante repetidos procesos de "linealización" que, paulatinamente, ajusten el modelo), para aproximarnos a una solución satisfactoria.

Estamos muy acostumbrados a tomar "atajos rectos" en la vida, que suelen desviarnos de la solución de los problemas; confundimos la línea recta con "lo más sencillo", y eso sólo pasa cuando no hemos viajado más allá de los cinco kilómetros que se aprecian de horizonte. Ahora que se acercan fechas de promesas para nuestras ciudades y nuestra organización social, no seamos rácanos en nuestras miras: alcémoslas más allá de nuestras narices, y no nos quedemos en las promesas que ya ni son nuevas ni nos conmueven.

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