Los abogados se han manifestado estos días, con razón y acaso con exceso de discreción, contra las pensiones ridículas que cubren su jubilación, aspirando a recibir, tras pagar cuotas a la Mutualidad un mínimo de cuarenta años, una pensión al menos por la cuantía mínima de la Seguridad Social. Qué menos, ¿no? Pues no. Es muy inferior, y aun así la aspiración parece que suena a desmesura insólita. No pude asistir al mitin, pero sí quiero sumar mi teclado al legítimo empeño porque esa vindicación, no solo es una aspiración justa y necesaria para la dignidad del colectivo, sino que honraría el formidable papel que cubre la abogacía como garante esencial de que se imparta justicia, al ser quien diagnostica y da forma y sentido a cada problema para que el juez lo analice y despache: es quien marca la altura del mérito: sin abogados, no hay justicia posible. Sin embargo, su remuneración es de suyo inestable y a menudo miserable, si se atiende a cuánto pagan los turnos de oficio o a tantos casos sin recursos que solo se cubren con un enorme desgaste vital: pero se cubren. Creo que en la Asuri aparece que la profesión de abogado, dada la tarea indesmayable, el esfuerzo emocional y la fatiga cerebral que acarrea, es tan de alto riesgo como la del piloto de carreras (de los de antes): prohibida a los hipertensos. Y se queda corta porque el correr acaba en un rato y la abogacía nunca descansa. Así que implicarse en ella es toda una proeza, solo para héroes, a los que se demanda preparación técnica, para defender todo cuanto tiene valor en la vida, honor, patrimonio, libertades, familia o el orden social. Que obliga además al estudio constante porque sin asimilar las incesantes reformas legales que cada día se publican, poco se puede abogar. Por eso un buen abogado no puede ser otra cosa que eso, un abogado: no le queda tiempo para pensar en nada más. A veces ni para dormir en paz (y no por ello minuta sus insomnios, créame, aunque acaso deberíamos). Reparen en que a la medalla al mérito abogadil, como al militar, se le llama “Cruz”, voz que en su sentido prístino, alude al artefacto propio del martirio: todo un símbolo del cruento sacrificio vocacional que exige. Y todo para al final tener una pensión inferior a cualquier otra: no es una pensión justa. Así que permitan el encendido alegato de solidaridad con la causa, ante la que nadie debe ser indiferente porque está en juego la calidad de la Justicia.

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