Entre la prolija activación de recursos tóxicos, inyectados en vena populista, para montar otra investidura Sanchezstein, el uso fatigoso de apotegmas capciosos es uno de los más nocivos. Si por un lado el psoismo se refiere SIEMPRE a su proyecto como “de-progreso” (aunque junto a Junts y Pnv, no sé de qué progreso hablan), con igual tenacidad SIEMPRE que aluden a la oposición, vinculan a la derecha democrática, Pp, con la ultra de Vox, para (des)calificarlas de consuno, porque como enfatizó el Investido: solo hay dos opciones opuestas, entre las que Él debe alzar un gran muro. Tremendo. Pero así sustituye el rol del Pp como adversario político por el de enemigo del progreso. Y ese trueque no es inocente porque quiere desfigurarlo y desencadenar una animadversión social emotiva de peligrosidad que va permeando una polarización que históricamente SIEMPRE acabó en tragedia. Y es que la diferencia entre adversario y enemigo conlleva un sello trágico cuando marca una hostilidad existencial: con un adversario compito por unos objetivos disímiles, dentro de unas reglas; con un enemigo me enfrento y lo combato para defender mis intereses: y anteayer valía todo para que el Pp no gobierne, incluso perjurar. Pero lo peor es que tal sesgo eufemístico es de inequívoco designio autócrata. Lo utilizó Stalin llamando al disidente «enemigo del pueblo», para así implicar a este; y lo usan los populistas modernos desde Putin a Maduro, ese gran demócrata para el que todo opositor es un «enemigo de la patria». Un sesgo que actualiza la doctrina de Carl Schmitt, quien situaba la oposición “amigo/enemigo” en el origen de la política, lo que legitima al Estado a usar la violencia al estar en juego la supervivencia propia. Una tesis perversa, incompatible con la democracia liberal, y refutada por intelectuales como M. Ignatieff, cuando avisa que debe respetarse SIEMPRE la diferencia entre un político adversario y un enemigo, porque cuando la cualidad de enemigo reemplaza a la de adversario, la convivencia como rivales legítimos se rompe y se prioriza ante todo la aniquilación del opositor aborrecido que pasa a ser alguien en quien no es posible confiar. Y si para impedir que gobiernen hay que adulterar las leyes, pues se adulteran, oiga. Como hizo el gran Maduro con su Asamblea Constituyente y como hicieron ahora los estrategas de la investidura Sanchezstein en este cada vez más radicalizado país.

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