El ángel exterminador

Cumple su papel de juez, castigador e implacable, y el acero de su espada no vacila ni un segundo

En elegante contraposto, altivo y afeminado, este menudo efebo nos mira con agrado y sonrisa enigmática; la misma que años después nos brindó Leonardo en su Mona Lisa. No levanta apenas un metro veinte desde el suelo y todo un gigante, cuya testa decapitada yace a sus pies, ha probado el implacable acero de su espada. Ante la visión de este adolescente, niño aún, nadie diría que es un feroz guerrero. Ni su minúscula espada capaz de semejante acción. Más bien se exhibe con complacencia y muestra los prodigios de su inquietante belleza, equívoca y provocadora, como el célebre Tadzio de la Venecia de Visconti. Una apoteosis de narcisismo ensimismado, turbador e inmortal. En 1476 lo modeló Andrea del Verrocchio por encargo de Lorenzo de Medici y el bronce definitivo se encuentra hoy en el museo del Barguello de Florencia. Verrocchio es uno de esos paradigmas de todo lo que significa Renacimiento. Orfebre, pintor y escultor, por su taller pasaron los florentinos de una generación deslumbrante; Perugino, Ghirlandaio, Boticcelli y Leonardo. Este último hizo suya la poética del maestro. En un ambiente exquisito, de refinamiento, belleza y sensualidad, discurrieron estos años para el joven Leonardo en el taller del Verrocchio. ¿Fue Leonardo el modelo del David? Maestro y discípulo compartían obras y es bien conocida la anécdota que supuso el arrumbe de los pinceles, de forma definitiva, por parte del tutor; habiendo confiado al alumno la ejecución de un ángel del Bautismo de Cristo -hoy en los Uffizi- pudo comprobar cuanto le aventajaba el muchacho al comparar la nueva figura con el resto de la obra. Hace dos décadas encargué una réplica exacta del David, hecha con molde del original, al taller de vaciados de la Academia de San Fernando de Madrid. Desde entonces guarda la entrada de mi casa y la del museo, nos protege de los males de ojo y los negros augurios. Con su pose arrogante mira de frente a todo el que llega. Por el rabillo del ojo controla los asedios y desprecios de todo tipo. Eficaz remedio contra los variopintos malefactores y los malintencionados sectarios. Algunos pasaron por delante de sus narices sin reparar en su presencia y él, generosamente, les dejo atravesar el umbral de la puerta. Supo otorgar a cada cual sus tiempos y esperar paciente las acciones. Desde hace ya bastante tiempo cumple su papel de juez, castigador e implacable, y el acero de su espada no vacila ni un segundo. Aviso a navegantes: TODOS CAERÁN.

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