Aviso: esto va de farol. Y tiene que ver con esa curiosidad innata por descifrar algunos porqués de la vida, como el que hoy provoca ese adelanto electoral del 23-J, inesperado, que el Presidente ideó a las pocas horas de la debacle del 28-M, sin una razón clara: ¿Por qué decidir algo así en noche de insomnio, sin analizar alcances ni oír más voz que la conciencia? He leído excusas ocurrentes o estratégicas, pero nada que atienda a la raíz reactiva o psicobiológica que subyace en este tipo de órdago, que acaso tenga que ver con el “síndrome del jugador”, donde algo de encaje, tiene. Este síndrome es un trastorno emocional que afecta al perfil del adicto al juego, en forma de pulsión que le impele a seguir apostando sin importarle las consecuencias que le pueda acarrear otra mano: se ve arrastrado con avidez a reiniciar una nueva partida, como vía de escape arriesgando una y otra vez, incluso al todo o nada en casos extremos, con la esperanza de recobrar lo perdido y liberarse del insufrible dolor de la derrota que arrasó su autoestima. ¿Que pierdo el 28-M? Pues ahora ¡te apuesto unas generales! Así opera ese afán por superar el golpe que le dañó el orgullo: su cerebro se pone a fraguar cómo lograr un éxito urgente y que neutralice el daño, activando el sistema dopaminérgico que precipita el circuito neural de recompensa, tan propio en todas las adicciones y ¡zas!: logra que el perdedor halle un consuelo, quimérico, azaroso, pero muy práctico. Y cuanto mayor sea la dificultad del desafío, mayor necesitará ser la evasión de una agria realidad y mayor la recompensa expectante. ¿Se imaginan que el líder que perdió en el 28-M, barriera en el 23-J? Pues él sí lo cree, lo sueña y por lo pronto, esto lo consuela. Y si al final no gana la apuesta, ya verá qué inventa, porque funcionan así: ante un fiasco, brota la pulsión y luego ésta se viste. Y bueno esto era solo un devaneo, una impresión especulativa que el posterior envite público de encerrarse con el líder de los Otros, en seis asaltos cara a cara, sin piedad, a pulso, a tumbarlo o a que te tumbe a él, de alguna manera vino a confirmar porque ese tipo de desplante es típico en quien se siente superado por una situación injusta con sus méritos o de quien necesita recuperar prestigio o posición de algún modo: ninguno es más idóneo que tumbar al jefe de los Otros. Y acabo: como decía, todo es mero divertimento, pero ¿a que suena verosímil?

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