El arte de morir

En la primera mitad del siglo XV, ángeles y demonios acudían al moribundo en las postrimerías de la vida

El Tribunal Constitucional, hecho a la medida de las coyunturas gubernamentales, no debe haber consultado El arte de morir -Ars moriendi- para su sentencia sobre la ley de la eutanasia. Poco sentido tendría hacerlo por la confesional inspiración de ese texto, escrito en la primera mitad del siglo XV. Ya que se ocupa de un antagonismo, escatológico y dramático, entre demonios y ángeles que acosan o asisten al moribundo en la hora postrera, sometido a tentaciones diabólicas. Una de estas invita a perder la fe, y el Maligno proclama que el Infierno no existe. Destacadas variaciones sobre la entidad de este último hay algunas: Sartre afirmó que el infierno son los otros, y el papa Francisco enseña que el infierno no es un lugar, sino un estado del corazón o del alma. Satanás llega a más, a la contradictora inexistencia de su reino, y envía diablos al enfermo para incitarlo al suicidio. Pero algunos ángeles salen al paso y devuelven la fe a quien tiene cerca la muerte. Se reanuda el litigio con otra tentación: la desesperación que los diablos infunden cuando recuerdan al casi finado su catálogo de pecados, desde la fornicación hasta la avaricia. Y los ángeles se valen de las repentinas y fervientes conversiones de grandes pecadores para redimir los pecados. Mas el Demonio sabe que también desconcierta la impaciencia, ya que el dolor puede hacerse insoportable, además de cómo endemonia -viene al pelo- al enfermo hacerle creer que los familiares y amigos que lo consuelan, en realidad, pretenden hacerse con sus bienes. Insiste de nuevo Satanás con la vanagloria, para que el moribundo se crea sobrado merecedor de la salvación, junto a la soberbia. A fin de que la tentación no rinda al postrado enfermo, los ángeles ensalzan la virtud de la humildad. Actúa después la diabólica tentación de la avaricia, que ata a los seres queridos y a las posesiones materiales, y otra vez los ángeles asisten para convencer al moribundo de que se desprenda de los bienes y abandone armoniosamente a los suyos.

Ante este escatológico y medieval relato, la ley de la eutanasia no se sabe bien si es diabólica o angelical, con enfrentadas oposiciones asimismo ante el postrero instante de morir. Sin que olvidarse deba el concurso de los cuidados paliativos, ajenos, claro está, al encarnizamiento terapéutico.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios