Una de asesores

De ahí mi perplejidad ante la dudosa utilidad de los asesores que, sin dar cuenta a nadie, cobran de las administraciones

A style="text-transform:uppercase">hora que andan aprobando los presupuestos, vuelven a pedirnos solidaridad con la subida de impuestos. Y cada vez que se habla de impuestos, me exaspero con los gastos que derrochan unos partidos y otros, en tanto expendio superfluo. Por ceñirme a alguno de los más evidentes, que no serán los más cuantiosos, pero acaso sí los más hirientes, porque se ven, reparen en ese paradigma del despilfarro crónico que son los salarios del gremio de asesores filopartidistas o familiares que cobran del Estado, de los impuestos de todos, unos sueldazos que nadie sabe explicar para qué sirven o qué utilidad tienen. Porque miren, vivir como profesional del asesoramiento, ganarse la confianza de los asesorados, al punto de merecer una remuneración digna por las consultas libradas ante los inextricables dilemas de la vida -que si quien paga no tiene problemas que no sepa resolver, la conseja sobra-, es una tarea muy exigente y que no está al alcance de advenedizos ni ingeniosos de ocasión. Mucho más cuando, como ocurre por ejemplo con un abogado, ante cualquier dificultad de aplicarlo, se pone a prueba al consejo y al aconsejador, ante un tribunal para defender el diagnóstico que dio y por el que cobró y donde se verá si el consejo dado era fiable o no, en cuyo caso queda expuesto a responsabilidad profesional. De ahí mi perplejidad ante la dudosa utilidad de esos miles de asesores que, sin dar cuenta a nadie, cobran de Juntas, Ayuntamientos, etc., máxime cuando no existe noticia de que alguno de ellos haya prevenido nunca al gobernante asesorado del dispendio y el disparate que supone contratar a tanto asesor, para instituciones que cuentan, todas ellas, de un cuerpo funcionarial de alta cualificación profesional y acreditada eficacia -cuando no anda desmotivado-, y por tanto de la conveniencia de cesarlos a casi todos. Es el único consejo útil que se me ocurre que debían dar, pero que no dan. Así que no adivino qué se le consulta a tales asesores, cuya regalada existencia no diré que me altere el sueño pero sí que, como a tantos otros, indigna cada vez que me piden pagar más impuestos porque con los que pagamos no hay para pagar servicios básicos, como la salud, educación y tal. Y quizá la mejor pedagogía fiscal no sea pedir solidaridad en el pago, sino ejemplarizar en la contención de gastos tan rumbosos como el de los asesores que no se sabe qué asesoran. Y luego, seguimos hablamos.

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