Dos calvos y un peine

En este verano estamos asistiendo a un espectáculo parecido a una disputa absurda entre dos calvos por un peine

Dicen que un Borges ya muy anciano, en la época de la guerra de las Malvinas entre Argentina y Gran Bretaña (en 1982), dictaminó que aquella guerra en el fin del mundo era “una disputa entre dos calvos por un peine”. Aun así, hubo 900 soldados –650 argentinos y 250 británicos– que murieron luchando por un peine que no servía para nada por culpa de un estallido de histeria nacionalista. Pues bien, el caso es que en este verano declinante estamos asistiendo en España a un espectáculo muy parecido a una disputa absurda entre dos calvos por un peine. Me refiero –supongo que es obvio– a las negociaciones para la investidura del futuro presidente de gobierno, en las que un prófugo de la justicia que no anda muy bien de la azotea tiene la sartén por el mango.

Gane quien gane la investidura –y todo parece indicar que será Pedro Sánchez–, va a tener que gobernar con una coalición caótica que no le permitirá llevar a cabo ninguno de sus objetivos políticos. Cualquier clase de reforma urgente o de medida imprescindible para el bienestar de la población tendrá que ser negociada con cientos de partidos y partiditos a los que les importa un pimiento el interés general. Si nuestra clase política fuera adulta en vez de vivir en una guardería, los dos partidos principales –es decir, los dos calvos que se pelean por el peine– intentarían llegar a un acuerdo para alcanzar un gobierno que les permitiera maniobrar sin las molestas excrecencias que los parasitan (ya sean Vox por la derecha o Sumar y los aldeanitos “plurinacionales” por el falsamente denominado “bloque progresista”). Pero todos sabemos que eso es imposible. Pedro Sánchez se negará en redondo porque tiene asegurada la permanencia en el gobierno durante decenios si consigue gobernar con los cantonalistas “plurinacionales” (a menos que se produzca un cataclismo económico, claro está).

Por tanto, hay que desechar cualquier solución racional. La colonización iliberal de las instituciones, siguiendo el modelo trumpiano, seguirá su curso imparable. El guirigay de discusiones idiotas seguirá copando la discusión pública con sus armas de distracción masiva (véase el caso Rubiales). Y este desdichado país seguirá navegando hacia el ocaso como un buque fantasma a la espera de su hundimiento definitivo. Disfrutemos, ahora que aún es posible.

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