La tapia con sifón

Lo que comen los flamencos

Precisamente este potaje de habichuelas fue el origen del primer festival flamenco de la historia: en junio de 195

Como todos los santos tienen octava, sigo celebrando el Día Mundial del Flamenco. Según el viejo dicho “los flamencos no comen” se diría que la gastronomía tiene poco que ver con el cante. Error. Es cierto que hubo épocas en las que muchos artistas pasaban estrecheces y se retiraban sin un duro, ni una pensioncilla. Quizá por eso, aun en nuestros días los flamencos tienen mucha afición al papeo, especialmente –aunque no solo- a los pucheros tradicionales. Recuerdo los ojos ilusionados de Terremoto de Jerez hablando del “menúo” gitano y el potaje de frijones. Precisamente este potaje de habichuelas fue el origen del primer festival flamenco de la historia: en junio de 1957, la Hermandad de los Gitanos de Utrera montó una comida para celebrar que la Semana Santa anterior habían hecho su primera salida procesional. Después del potaje de frijones, bien regado, se montó una fiesta. Cantaron aficionados y artistas locales, entre otros, Perrate, Manuel de Angustias, Antonio León…y la guitarra de Diego del Gastor. A partir de entonces se institucionalizó el “Potaje de Utrera”; en 1958 invitaron a Antonio Mairena, quien se llevó a Juan Talega y Tomás Torre. El éxito fue tal que se empezaron a montar festivales por toda Andalucía (y luego por muchos lugares de España). Algunos imitaron al de Utrera en lo de ligarlo con una comida típica: Gazpacho de Morón, Parpuja de Chiclana, Porra de Archidona, Salmorejo de Baena, Caracolá de Lebrija…

Algunas peñas, instituciones que también empezaron a crearse por esas fechas, también tienen comidas ligadas a sus recitales y reuniones, como las berzas de la peña Juan Breva de Málaga, los calderos de El Rincón del Cante de Córdoba, o el puchero de garbanzos de El Pozo de las Penas de los Palacios. En la peña El Taranto hacían furor entre los artistas la tortilla de cebolleta y el calamar en aceite. Como remate quiero tener un recuerdo para Antonio Mairena, con el que compartí bastantes comidas por media Andalucía. Más de la mitad de las veces, después de estudiar la carta a fondo, pedía dos huevos fritos con cebolla. Yo los hago así: pico una cebolla gorda y la pongo a pochar con aceite y un poco de sal; cuando está a medio hacer, echo dos huevos y subo el fuego. Con dos copas de fino o de amontillado, brindo por el maestro, por el flamenco y por la vida.

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