Los comisarios impostores

A estas alturas de la fiesta expositiva, todas las líneas rojas se han cruzado descaradamente

En España es más fácil vivir de los artistas que vivir siendo artista, al menos en el terreno de las artes visuales tradicionales –la pintura y la escultura, a las que habría que añadir ya también la fotografía-, y más aún cuando nos referimos a artistas muertos, que ya no pueden quejarse o protestar por las exposiciones, publicaciones, saraos y eventos de distinta naturaleza que se les dedican. El caso es que pululan una pléyade –cada vez más abundante- de autocalificados historiadores, especialistas, gestores, herederos, etc, dedicados a comisariar exposiciones y eventos varios dedicados a los artistas. Con la proliferación de museos de provincias y locales, obras socioculturales de entidades bancarias, fundaciones públicas y privadas para la gestión del patrimonio artístico y otras, hay una enorme demanda para llenar de contenido la gestión de estos espacios, a la que acuden como buitres una caterva de ignorantes autopresentados como expertos para producir muestras que no aportan nada nuevo ni de interés. La principal característica de estos sinvergüenzas es el plagio del trabajo hecho por otros anteriormente, sin el menor pudor y con todo el descaro del mundo, y sin citar jamás las fuentes plagiadas. Es una actividad carroñera que tendría que perseguirse legalmente. Y la otra, también definitoria, es el oportunismo, que aprovecha el tirón de un afamado artista o una efeméride a él consagrada. Basta señalar como ejemplo del presente más inmediato el desarrollo del año Sorolla, con una ingente cantidad de exposiciones, muchas de las cuales no aportan nada nuevo, repartidas por toda la geografía patria, compulsiva y obsesivamente, hasta producir un hartazgo en el público que redundará en perjuicios para la fortuna del artista. Resulta escandaloso leer algunos textos de estos indoctos caraduras, sin el menor rigor científico ni trabajo previo de investigación, cuando se publican catálogos de las muestras. Pero está claro que pocos detectan la diferencia entre el rigor y la basura, en un país que produce a marchas forzadas masas aplastantes de ignorantes. En otros casos –colmo exacerbado de la desfachatez- algunos se presentan como comisarios de exposiciones que no tienen material divulgativo alguno ad hoc y para las que no han escrito ni una sola línea. A estas alturas de la fiesta expositiva, todas las líneas rojas se han cruzado descaradamente y nadie parece dar la voz de alarma. El arte exhibido es ya un territorio festivo y despreocupado, lejos del rigor, el estudio y la sensibilidad.

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