A la derecha del padre

El siglo viene con muchos retos. Y el hombre, como entidad masculina decadente y modelo a reformar, debe de afrontarlo

Nadie nos advirtió cómo era el oficio de ser padre. Echamos la mirada hacia atrás y sólo atisbamos ver esos demonios que, en nuestros sueños más ocultos, no nos dejan descansar en paz. En muchas ocasiones nos repetimos que no queremos cometer los mismos errores de antaño -sabemos que no es una queja; que es sólo esa íntima heredad que nos convida a mejorar, simplemente. Que nos hace saber que la labor del padre nada ni nadie nos la ha regalado. Que sólo queremos ganárnoslo, como cualquier otro hombre, con la humildad que merecen las grandes gestas de la vida.

Nuestra infancia siempre ha sido y será nuestra modesta patria. Ese pedazo de patrimonio íntimo que intentamos conceder a nuestros hijos. Un legado de sueños que apenas cabe en un puño. Y con él, nos embarcamos en nuestro viaje más profundo. Atrás queda aquella imagen del padre autoritario, poco permisivo, poco dado, pero consciente de que en esta vida nadie regala absolutamente nada -todo tiene un precio, incluso las esperanzas y no hay tiempo que perder. En cualquier momento, alguien vendrá a pedir su parte en medio del infierno.

El nuevo siglo viene con muchos retos. Y el hombre, como entidad masculina decadente y modelo a reformar, debe de afrontarlo. Con el compromiso de los grandes héroes, que no es otro que estar una vez más a la altura de la historia.

El combate se establece en cualquier lugar. No existen reglas, piensas: dar de comer al hijo -no sólo de pan vive el hombre-. Cambiar un pañal: reinventarte con una sola mano y descubrir el arte del manco, con el que se ha escrito las más sublimes historias de la caballería. Dar un abrazo: ser el padre aquel sobre el que se proclaman las plegarias del último hombre: ese trozo de vida que parece que lleva un sol amarrado entre las manos. Dar una orden, justa; en el momento más preciso. Asumir la hombría como se debe y se espera. Ser la ayuda exacta, en el momento justo: siempre. Esperar la oportunidad y arrimar el hombro: siempre. Ser el hijo que siempre se quiso ser: ese es el padre. Un hombre bueno que sobre los angostos territorios de sus dedos una vez se sostuvo la vida, gracias al universo incombustible de una madre. Ser un hombre honrado. El hombre aquel que amó y murió hasta la extenuación: un padre, cuyo único legado fue esa patria íntima donde van a morir los hombres.

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