El derecho y el revés

Francisco Jiménez

El espejo

A todos en la vida, una vez, nos llega nuestra gran oportunidad. Le gustó la frase, aunque no le pareció muy original, ni mucho menos brillante. Esta es la mía, dijo para sí, con su llaneza habitual, mientras se atusaba el pelo y acercaba aún más su rostro al espejo del baño. Se gustó, estaba contenta con su imagen. Los años habían hecho mella en una mujer que nunca fue guapa. En otro tiempo había deseado tener unos ojos más bonitos, un cutis más fino o una expresión más sugerente y femenina. Ahora ya no, se veía elegante, correcta y apropiada. Vestía con finura y sencillez dentro de un estilo tradicional y práctico, había creado un glamour con sello propio que gustaba mucho, una dama de hierro a la española entre inocente y campechana.

Atrás, muy lejos, quedaron sonadas meteduras de pata en su etapa de ministra, la más célebre de ellas inventada, o las chanzas que debió soportar en algunos programas de televisión. Todo esto le sirvió para ser más conocida y convertirse en un personaje popular y simpático.

Esta era sin duda la gran oportunidad. La de convertirse en la número uno, necesitaba una derrota electoral de Mariano. Todos sabíamos que el pobre iba a perder, la duda era por cuánto exactamente, si por mucho y suficiente, o si por poco y dudoso. Luego no fue para tanto y las cosas han quedado un tanto en el aire. Por eso había que actuar con cautela. De todo eso ella sabía mucho por experiencia. Ya había librado varias batallas por el control del partido en la comunidad y de todas había salido vencedora.

Y cuidado precisamente con ése, nadie lo quiere pero hará todo lo posible por entorpecer, ahora dice que apoya a nuestro líder, cómo es posible tanta desfachatez, él que ya intento mover ficha antes de tiempo, ofreciéndose de número dos, para qué, yo sí sé para qué, para quedarse allí cuando Mariano perdiera. Y ahora sabe de mis aspiraciones pero aquí estoy yo, bien tranquila, tanteando, esperando el momento para hacer pública mi oportunidad. Lo principal es ir sin prisas, no hay que correr, hasta junio no es el congreso.

La palabra congreso pronunciada en voz alta la sacó de su ensimismamiento. Un gesto interrogante y algo maligno vio reflejado en el espejo. Por un instante no se reconoció, el tiempo que tardó en recuperar el aplomo y la confianza en la imagen reflejada. Se volvió a gustar. Pensó que el poder le sentaba muy bien y que se encontraba perfecta para un día repleto de actos públicos insustanciales, donde lo más importante era medir bien sus palabras, lo que se debe decir y lo que no. Van a ser días clave para su futuro. Seguiría confiando en el espejo.

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