La esperanza en el líder

Tragedia que la ciencia sociológica, incapaz de discernir quién será un buen o un mal líder, no sabe aún prevenir

Cuando Pandora -etimológicamente: la que lo daba todo-, desobedeciendo a Zeus abrió la caja que contenía los males indomables, la enfermedad, la envidia, la muerte, y vio cómo se esparcían por la tierra, la cerró impulsivamente. Pero dentro, ay, aún quedaba un peligro guardado: la esperanza. Suelo recordar la metáfora no tanto al sentir el aliento como un valor de progreso, como al ver el uso banal y estrafalario que se hace de ese equívoco don que es la esperanza. Acaso porque recele sobre si tal abuso pueril del anhelo optimista no fuera, al cabo, sino el peor de los males que nos reservaban los dioses. Porque esperar quiméricamente un imposible, irracional e irrealizable, es uno de los recursos humanos más infalibles, y frecuentes, para asegurarse la infelicidad. Y comprenderán que en estos tiempos de populismos rampantes, de eslóganes embaucadores pero hueros y de tantos líderes simplistas, inventores de enemigos -porque sin algún enemigo a mano, no son nada-, alardear voluntaristamente de esperanza racional o de optimismo resuelto, no sean opciones justificadas. Además de que tranquiliza poco conocer el ímpetu con que en la última década ha disminuido en el mundo el entusiasmo por la democracia a la vez que aumentaba la demanda de líderes fuertes, que no dependan ni se plieguen a los Parlamentos como contrapeso del poder (D. Reybrouck), lo que explicaría algunas sorpresas electorales recientes, por acá y por acullá. Sobre todo por lo que la experiencia enseña sobre los líderes fuertes y sin contrapoderes molestos, da igual en el ámbito que sea, la empresa o la política: que no es imposible que alguno se sobrelleve, vale, pero que lo suyo, lo normal es que ese tipo de líderes artificiosos acaben siendo una tragedia para todos. Tragedia que la ciencia sociológica, incapaz de discernir quién será un buen o un mal líder, no sabe aún prevenir. Así que cada vez que aparece un liderazgo personalista, que se alza prometiendo aniquilar a su adversario, que jalea a la gente arremetiendo contra Comités representativos o recomponiéndolos al gusto, para que nadie cuestione sus decisiones como jefe, qué quieren, me alarmo. Aunque hoy, y bajando a lo concreto, no sé qué me alarma más, si la esperanza fanfarrona -de mucha farfolla anti-todo y escasa chicha ideológica- de la militancia pedrista, o la hibernación silente en la que se ha recluido la intelectualidad acreditada del PSOE.

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