Del estilo en el arte

Todo estilo buscado, pretendido, fabricado, es por definición una impostura, una colosal falacia

Desde el Romanticismo se otorgó un nuevo estatus al artista, un cierto papel de demiurgo poético, de creador iluminado o de genio abstraído, ensimismado. Desde entonces se valora el individualismo creativo, el subjetivismo artístico, en una suerte de crescendo histórico que ha alcanzado cotas de una ferocidad inusitada. La imagen del artista está claramente sobrevalorada en la Europa contemporánea, atribuyéndole un papel –per sé- de faro iluminador, de sabio que irradia efluvios de gran magisterio. Se trata de una mitificación exacerbada, casi alucinada. En este contexto de radical individualización desaparecen los grandes “estilos” históricos, que se expandían por todos los países y permitían la formación de escuelas, academias y normativas. El neoclasicismo fue, podemos así afirmarlo concluyentemente, el último gran estilo colectivo y generalizado de Occidente. Después empezó a valorarse al artista como creador autónomo, con mundo y estilo propios, necesariamente diferenciado e inconfundible para separarse de los demás, para destacar con respecto a los otros. Los conceptos de oficio, calidad o belleza, se sustituyeron por los de originalidad o novedad. En lógica evolución de esta tendencia, las vanguardias históricas del pasado siglo ahondaron violenta y casi traumáticamente en estos conceptos, exaltándolos hasta unos límites paroxísticos, que con agresivos manifiestos pretendían hacer tabla rasa de todo lo anterior. Las secuelas de todo esto, casi un siglo después, es la sobrevalorada y mal entendida “voluntad de estilo” que, a la postre, no genera más que sobreactuaciones artísticas e imposturas de toda condición. La necesidad de diferenciarse, de ser original a toda costa, ocupa y mortifica a los “artistas” que han de pasar como tales ante la sociedad. Pretender encontrar un sello propio, un rasgo único e identificativo, es la mejor forma de desperdiciar el talento y sacrificar la verdadera belleza del acto creador. Todo estilo buscado, pretendido, fabricado o elaborado, es por definición una impostura, una colosal falacia. El estilo verdadero nace sin pretenderlo, sin buscarlo, de forma espontánea. La única actividad posible del verdadero artista es la autenticidad, que nace de su contemplación poética del mundo y la realidad circundante; y la fidelidad al latido interior, que acontece de forma espontánea y se manifiesta puro, verdadero, tras el alumbramiento.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios