Metafóricamente hablando

Quizá faltan albercas con peces de colores

Aunque la mañana se presentó con la frialdad propia de la época, el cielo diáfano dejaba caer sobre la tierra los cálidos rayos de un sol invicto que invitaba a disfrutarla. Cogió su hamaca y con el diario local en la otra mano, se dirigió a la alberca, donde se escuchaba el suave sonido del agua corriendo por la acequia. Esta era una reminiscencia de aquellos huertos moriscos que jalonaban el paisaje, y que habían pervivido casi intactos durante siglos. Adoraba ese lugar mágico en el que se fundían el pasado y el presente, como si el tiempo se hubiese detenido. Muchas veces se preguntaba quienes y como serían los que construyeron la alberca, con sus juncos, sus peces de colores, la acequia que discurría a través de la finca, pensaba que con toda seguridad se habrían llevado bien, ambos habían buscado la belleza en ese remanso de paz. No podía adivinar qué tribulaciones quitaron el sueño a sus primitivos habitantes, pero él sí tenía muy presente las preocupaciones que le habían tenido toda la noche en vela. Miró dentro del agua y comprobó que los peces seguían su rutina diaria, ajenos a todo cuanto acontecía a su alrededor. Eran de colores, entre rojos y anaranjados, y estaban allí desde que se tenía memoria. Los observó metiéndose entre los juncos de la orilla asustados ante su presencia, para salir más tarde seguros de que nada malo les ocurriría con él allí, se podía decir que eran amigos. Había dentro del agua todo un bosque de algas, que habían crecido como nunca por el intenso calor que habían sufrido este año, y los peces aparecían y desaparecían en busca de alimento dentro de aquella masa verde limón, que brillaba bajo el sol, haciéndose casi transparente en algunas zonas. Todo en orden, salvo el mundo. Un mundo ardiendo por los cuatro costados, tan lejano y tan cerca, que le producía escalofríos pensar en ello. Estaba seguro de que rincones como este habría a millares, igual que los peces, los juncos, el agua cristalina, y los granados que crecerían bajo el mismo sol, y esto le tranquilizaba. Nadie que pudiese disfrutar de esas pequeñas cosas, podría renunciar a ellas en pos de una quimera, quizá el peligro estuviese en aquellos que ni en sueños imaginaran algo semejante. Los tibios rayos de sol que le abrigaban del frío de la mañana le produjeron un ligero sopor, y se abandonó en los brazos de Morfeo. Cuando despertó, unas nubes algodonosas ocultaban al astro rey. Cerró la hamaca, echó un último vistazo a los peces, ocultos entre unas ovas desmesuradas, y se sintió feliz a pesar de tener la certeza de que aquello solo era una burbuja flotando en el kaos, en su mano derecha llevaba la prueba incriminatoria que lo confirmaba: la portada del diario local dejaba patente que el mundo ardía al otro lado de la verja, y pensó que quizá faltasen muchas albercas con peces de colores en el mundo, y muchas personas sensibles a su belleza...

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