La tapia con sifón

Estamos franquiciados

Si me apeteciera comerme un plato que ha sido cocinado y congelado a cientos de kilómetros, lo compraría en el súper

Aunque algunos amables seguidores me piden más recetas, creo que no es el objetivo principal de una sección de crítica gastronómica, pues la mayoría de seguidores de este tipo de columnas busca que le cuenten novedades, información sobre la calidad de las cocinas y demás detalles para una satisfactoria experiencia. En el terreno de las novedades, lo tengo crudo, no porque abunden los carpaccios, tartares, sushis y cebiches -que también- sino porque la práctica totalidad de los nuevos locales que veo por la capital son franquicias.

Y no pienso entrar en ninguna. Si me apeteciera comerme un plato que ha sido cocinado y congelado a cientos de kilómetros, lo compraría en el súper y lo recalentaría en mi microondas; no necesito que me lo “regeneren” en un comedero público. En los que no son franquicias, abundan las tapas y raciones con nombres similares a los de otros muchos locales, lo que quiere decir que los compran a los mismos fabricantes de 5ª gama, es decir, que también se limitan a recalentar tapas y platos. La diferencia es que las franquicias lo dicen. En la acera izquierda de Obispo Orberá acaban de abrir dos, uno de los cuales es una franquicia –Saona- y el otro un sushi bar. Al lado ya había otra franquicia –Goiko Grill- y un bar de bocatas. Alto nivel gastronómico para una zona tan céntrica. Menos mal que resiste la Bodega Aranda.

Para que no digan que estoy demasiado tétrico -y no solo por las celebraciones “terroríficas” de estos días- les apunto una reapertura esperanzadora: Tal Astilla es el nombre actual del que fue interesante café-bar “El vino en un barco”. Desde que Cata lo dejó, cambió de nombre y han pasado por su barra diversos encargados, pero no ha levantado cabeza. Ahora lo lleva el hispano francés Jose (con acento en la o), que fue exitoso propietario del Lila’s que estuvo en la calle Benizalón y, luego, en Obispo Orberá y en Canónigo Molina Alonso. Hace cócteles clásicos y de diseño, personalizados al gusto de cada cliente, junto con dulces artesanales, un surtido de quesos y algo más. Ese algo más pretende que sean algunos vinos de calidad y más cosas de comer.

Lo que pasa es que hace falta que los propietarios estén por la labor, que de momento, no del todo. Yo tendría que haber esperado a que se consolidara para recomendarlo, pero hay que tener esperanza. O fe, que es más raro.

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