El hombre caimán

Alguien que lleva tiempo muerto pero se resiste a ser sepultado, a morir del todo

El porro es un ritmo musical del Caribe colombiano, alegre y fiestero, para ser bailado en pareja. Se escribe en compás 2/2 y se interpreta por lo general a cargo de las “papayeras”, bandas musicales muy populares en Colombia. El porro más famoso, sin duda alguna, es la cancioncilla “Se va el caimán”, compuesta en 1941 por José María Peñaranda, músico nacido en 1907 en Barranquilla y muerto casi un siglo después, en 2006, en el mismo lugar. Hombre muy humilde, trabajó de albañil y electricista, hasta que el Caimán le lanzó a la fama. Barranquilla, ubicada en la desembocadura del río Magdalena en el Caribe, es el principal centro económico de esta parte de Colombia. La cancioncilla está inspirada en una leyenda de la cercana población del Plato, conocida como “el hombre caimán”, que narra la transformación, sometido voluntariamente a las magias de un brujo, que sufría un hombre, el joven comerciante Saúl Montenegro, metamorfoseándose en caimán para así poder ir al río y espiar a las muchachas que allí se bañaban. Plato tiene hoy unos sesenta mil habitantes y acoge un monumento dedicado al hombre caimán. La letra de la canción es harto conocida: “Con alegría y con afán voy a empezar mi relato, que en la población del Plato un hombre se volvió caimán… Se va el caimán, se va el caimán, se va para Barranquilla…”. Se grabó por vez primera en 1945 y la orquesta venezolana Billo´s Caracas Boys la expandió internacionalmente con éxito universal. Con el tiempo, lo que nació con exclusivo carácter de cancioncilla festiva, se empezó a cantar ocasionalmente con intencionalidad crítica hacia determinados caciques poderosos que, atrincherados en su atalaya, intentaban por todos los medios a su alcance no abandonar sus puestos de mando. En ocasiones, se dirigía especialmente –y veladamente- hacia mandatarios que se iban tras perder el apoyo popular, pero que, en el fondo, no acababan de irse o no se iban nunca, se resistían atacando como gato panza arriba, y volvían una y otra vez. Trae esto a la memoria, qué duda cabe, la definición de “putrefacto” que en la Residencia de Estudiantes acuñaron hace un siglo los jóvenes Dalí, Lorca y Pepín Bello, refiriéndose a todas aquellas personas o estamentos que representan lo más caduco y casposo de la sociedad española, todo lo que impide el desarrollo a todos los niveles, culturales e intelectuales; trasunto de muerto viviente, algo que lleva tiempo muerto pero se resiste a ser sepultado, a morir del todo, a desaparecer definitivamente.

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