Sin horno y sin sentido

Pero qué más dará mientras el fin sea no pensar y que nos lo den todo mascado

Cada vez que leo como reclamo de una web culinaria un título cuya información destacada es "sin horno" me pregunto por el o la lumbrera que se encarga de anunciar las recetas propuestas. Entre postres cuya elaboración es en frío sin género de alternativa y consabidos platos de producción fresquita elaboran toda una oferta gastronómica que anuncian como si el potencial cliente desconociera la diferencia entre un horno y una nevera. No sé si se nos está queriendo hacer más tontos de lo que ya seamos o si de verdad somos mucho menos listos de lo que creemos. En muchos casos me inclino más por lo segundo, pero en tantos otros me da que hemos rebajado el nivel de cultura general y conocimientos básicos hasta tenerlos en el subsuelo del encéfalo, a lo que, además, contribuyen con gusto guionistas de todo tipo de textos, ya sean publicitarios, cinematográficos o televisivos. Así que el tiramisú, el sorbete y la ensaladilla rusa se preparan sin horno. ¡Gracias por el descubrimiento! Cachondeos aparte, resulta tan preocupante este desmenuzar de la información que no me queda claro si es porque los mismos redactores tienen limitada formación intelectual o porque el nivel generalizado de entendimiento no llega ni al mínimo aceptable, y en ambos casos la inferencia resulta la misma: vamos para atrás al mismo ritmo que el reguetón invade tímpanos internacionales con el agravante de sentirnos orgullosos en nuestra estulticia. La corrección política en el lenguaje es el gran invento de imbéciles a quienes les escuece serlo y que se les note. Y no, claro que no tenemos por qué saberlo todo, pero me pregunto dónde ha quedado ese mínimo de acerbo informativo compartido que hace fluir las conversaciones en vez de convertir la comunicación en una lucha de muros ciegos y sordos. Sospecho que va a llegar un día en el que el debate deje de ser si lo primero fue el huevo o la gallina para que sea si la gallina tiene plumas y cacarea. Llevamos una velocidad de bajada que da vértigo y raro es que no estemos ya leyendo en alguna parte que venden helados fríos y se sirve carne a la brasa encendida. Anunciar perogrulladas como quien cree ofrecer al mundo la revelación definitiva son ganas de insultar al respetable con tanta sutileza como desacierto y, de paso, retratarse en un estado propio de neurona recortada.

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