De mis remotos devaneos editores, conservo este mini relato, (“Dura penitencia” se titulaba), aún inédito: «- Padre, confieso que no creo en el pecado, ni en la confesión. - Eso te lleva a vivir en pecado, hijo, pero no entiendo por qué vienes confesarte. - No sé, Padre, me dio pena verlo ahí tan solo, y me acerqué a que me contara algo. -Bueno, hijo, te lo agradezco; ¡ejem!, y por tus buenos sentimientos, te absuelvo, pero en penitencia, durante tres días, procurarás escuchar a quien te hable, sin hablarle tú. Y el penitente, durante un par de días dio en escuchar atento a todo con quien le hablara. Pero corrió la voz y al tercero quería hablarle tanta gente que, al fin, prefirió correr el riesgo de irse al infierno, pero al menos volver a contar también de vez en cuando él sus penas al que se le pusiera a tiro». Y el cuentecillo tenía su punto, porque el arte de escuchar acaso sea tan exigente como el arte de ver: casi nadie lo practica. Para muchos es un suplicio escuchar, incluso a sí mismo, acaso la variable más intrincada: oír a tu cuerpo o a los resabios, a veces aullidos, del alma. Sin embargo, la escucha ajena es proactiva, ya que los cerebros se interpelan y se contagian a veces lubricando empatías y otras, inquinas. Y es que el habla nos invade la emotividad a veces para bien, otras no, pero nunca nos deja indiferentes. De ahí la importancia de seleccionar con quién hablar y a quién escuchar o si es mejor, incluso inexcusable, salir a escape. Pero no solo para huir de alguien sino también de esos ambientes donde se detecte sincronización colectiva en clave cardiaca o cerebral. Lo supo ya Goebbels cuando enardecía al público mitinero al empatizar sus pulsaciones a los más de 80 repiques por minuto de marchas militares exprés, al llegar Hitler, elevando la excitación popular entre vítores contagiosos que se irradiaban al resto del país. Hoy se usa en todo mitin que se precie. De ahí que sea importante saber con quién hablas y con qué ondas estás dispuesto a sincronizarte ya que, quieras o no, escuchar nunca es un hecho pasivo: implica al oyente con lo que diga el escuchado quien a su vez se siente interpelado y espoleado por la audiencia insólita que lo inspira reduplicando sus ocurrencias… Vaya, disculpen el soliloquio de digresiones que agotó el espacio previsto para prevenirle sobre el infierno de escuchar las historias que nos cuentan unos y otros medios malsanos. Otro día será.

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