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Acierta el refrán, en su agudeza sentenciosa, para precisar la naturaleza de un desengaño o, si acaso, la inoportunidad de la primera impresión; aunque Óscar Wilde escribió que no hay una segunda oportunidad para una primera impresión, sobre todo si no fue buena. La decepción, en este caso expresada por la paremia, tiene que ver con los rasgos atribuidos, como símbolo, al melón: la fecundidad, la abundancia e incluso el lujo -sin que esto último tuviera que ver con el precio que ha alcanzado-. Mientras que la calabaza es un fruto aparente en su presencia, pero poco denso en su interior y sin mucho sabor. Por eso el desengaño. Y también el rechazo cuando se dan calabazas para desatender los requerimientos de amores. Los antiguos griegos consideraban que los frutos de las cucurbitáceas tenían propiedades antiafrodisíacas, por lo que su consumo bajaba la libido y reducía el deseo de pretender relaciones. En los monasterios medievales, por otra parte, se utilizaban pepitas de calabaza para las cuentas de los rosarios, a fin de apartar los pensamientos lascivos. La calabaza se asocia también con los suspensos escolares -recuérdense las historietas de Zipi y Zape-, por no hablar de la televisiva doña Ruperta. Aparentes calabazas, en fin, sobre la barra de un bar.

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