Los que miran a otro lado

No se puede mirar a otro lado cuando lo obvio es hipervisible y cuando es el pueblo el que se hace visible

Los que sufren y los que soportan la adversidad saben perfectamente quienes son los que miran a otro lado porque esa acción de girar la cabeza se hace con tanta superioridad y desdén que molesta. Esos, los que miran con menosprecio, son los que ignoran o evaden situaciones incómodas o problemáticas en lugar de enfrentarlas o tomar unas acciones. Detrás de eso está su espacio de confort. Por eso evitan responsabilidades. No obstante esos están acostumbrados a mirar a otro lado cuando sus víctimas son pocos. No tenían costumbre de hacerlo frente a grandes multitudes, salvo ahora. Ahora ya no tienen reparo de mirar a otro lado a pesar de que miles de personas se manifiestan a diario en sus puertas. Aún así, miran a otro lado. El ejercicio democrático consiste en atender a lo que dicta la mayoría, por esa prerrogativa que nos han inculcado de la soberanía popular. Sin embargo la palabra democracia va perdiendo su fuerza a medida que pasan los años y los que miran a otro lado cada vez lo hacen con más tranquilidad. El contexto donde habitamos favorece a esta situación. Tras superar una transición democrática solo nos ha quedado un país en el que no existe la consulta popular; en donde han pasado décadas sin apenas referéndums; con una iniciativa de 500.000 firmas sin ninguna fuerza vinculante; y un derecho al voto que solo es la cuarta parte del proceso electoral. A este le sigue el visto bueno del Rey, y la votación del congreso y senado respectivamente. Visto así la palabra democracia (gobierno del pueblo) no puede decirse con honradez. Además, semanas de manifestaciones populares se desprecian como si fuesen un mero capricho del pueblo dando lugar a ese gesto repetitivo de mirar a otro lado con una frialdad deshumanizada. Esto no beneficia a la mayoría, ni siquiera a los votantes del partido del gobierno que añoran un cambio de rumbo y que esperan esa izquierda honorable de otra época. Amén de los gritos, y de las proclamas, los que miran a otro lado permanecen con tranquilidad esperando a que tiempo pase. El problema es que si se crea una herida el tiempo solo puede hacer que el volumen del líquido que sale del cuerpo vaya en aumento. El país de la sangre y la arena, y la solea en la retaguardia, va retrocediendo y perdiendo poco apoco su esencia. Y solo queda ese gesto de los que miran a otro lado porque no quieren vernos.

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