Para los modernos

Lo "moderno" ha ejercido siempre, en cualquier época, su fundamentalismo fanático

Ultimamente, de vez en cuando, oigo a algunos artistas intentándose justificar por haber empezado a usar lenguajes considerados "más tradicionales" o "clásicos", sin tener por ello que renunciar, según ellos, a su impronta de modernidad, sello de la casa. Es como si por un momento tuvieran que pedir permiso al resto de modernos de su tribu por semejante atrocidad o atrevimiento, intentando evitar, de paso, ser repudiados por el grupo. Y para demostrar su vanguardismo diseñan su imagen personal con esmero o titulan sus obras de forma extravagante. Hay debates que, por estultos y estériles, hace ya mucho tiempo que prescribieron para los inteligentes, pero algunos modernos de provincias aún no se han enterado de ello. También es síntoma, qué duda cabe, de que el talibanismo ideológico de lo "moderno" aún pervive en casi todas las periferias culturales excluidas; en su mayoría son grupos donde lo "moderno", entendido todavía como lo que surgió de las llamadas vanguardias históricas del siglo XX, muestra lo más trasnochado y prescrito de esta postura. Lo "moderno", en tanto que moda pasajera o intercambiable, ha ejercido siempre, en cualquier época, su fundamentalismo fanático. Ahora, por ejemplo, junto a las estéticas o estilos, se persiguen también los procedimientos de expresión; pintar, por ejemplo, ya no se lleva, lo vanguardista es digital o performativo. El diccionario de la Real Academia define "moderno" en una de sus acepciones -la que para el caso aquí nos ocupa- como aquello "en cualquier tiempo considerado opuesto a lo clásico". Procede, por tanto, saber qué es lo "clásico". Según el mismo diccionario, sería aquel "período de tiempo de mayor plenitud de una cultura y una civilización"; también lo "que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier arte". Lo moderno solo perdura, a la postre, si tiene calidad, y acaba, por tanto, con el paso del tiempo, convirtiéndose en clásico. No hay, por tanto, arte clásico y arte moderno, tan solo buen y mal arte, y solo subsiste el bueno. Lo clásico -o buen moderno, que para el caso es lo mismo- es lo único que hay para enseñar si algún día hemos de demostrar a alguna civilización extraterrestre el alcance de nuestro talento. Y para todos aquellos que quieran seguir militando en la ultramodernidad de antes o de ahora, procede recordarles aquel célebre epigrama de Oscar Wilde: "Nada tan peligroso como ser extremadamente moderno. Se corre el riesgo de quedar súbitamente anticuado".

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