La tapia con sifón

El móvil, la barra y la soledad

Durante décadas, quizás siglos, las barras eran punto de encuentro donde se conversaba mientras se bebía

El ocaso de la barra de bar es ya un tópico de conversación. Los nuevos negocios, y muchos de los existentes, suprimen las barras o las minimizan, dejándolas solo como apoyo de las bandejas de los camareros y para depositar los platos sucios. Es una consecuencia lógica del cambio de hábitos de la clientela. Durante décadas, quizá siglos, las barras eran punto de encuentro donde se conversaba mientras se tomaba vino o cerveza; la tapa, cuando la había, era un pequeño bocado para acompañar la bebida. Ahora la tapa es la protagonista. El bar y el restaurante son casi lo mismo, y la mayoría de clientes va a "comer de tapas". La bebida es secundaria, con frecuencia refrescos e incluso agua. Tampoco son despreciables como causas de esta pérdida la invasión del móvil y la creciente soledad. Cada vez se observan más clientes solos que, invariablemente se refugian en la pantalla de su telefonillo. Aunque también es habitual ver mesas con dos, tres o más comensales que se enfrascan cada uno en su móvil.

Las pocas barras que van quedando siguen siendo fuente inagotable de anécdotas, encuentros, reencuentros…y punto de observación. Es cierto que también se puede observar desde una mesa, pero se domina menos "territorio". En mis habituales visitas a las barras de mis bares favoritos tengo casi cada día ocasiones de observar y de pegar la hebra con muy variopintas criaturas: desde un cura hasta una ejecutiva de paso por Almería. El cura se estaba arrimando una abundante tapa de riñones a la plancha, me dio envidia, pedí lo mismo y surgió una agradable conversación. Otro día fue un rociero que me reconoció como autor de un artículo en el que satirizaba a los neo-rocieros; estaba molesto conmigo y eso que hace ocho años que lo publiqué. A pesar de eso, tuvimos un rato de charla distendida. La barra es un lenitivo.

Otras noches fueron una tendera de mi barrio con su pareja; un parroquiano, solitario y veterano como yo; una antigua alumna con una amiga, que me invitaron y luego las invité yo en otro bar (ya se sabe: estar mucho tiempo en el mismo bar es de borrachos). Una noche de invierno, en Puga, un matrimonio de Donosti pedía información sobre Casa Joaquín; los acompañé allí y se produjo otro encuentro curioso: estaba en la barra Joseba Añorga, que también es donostiarra, y resultó que la señora conocía a la madre de Joseba. Gloria a las barras.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios