El neujahrsconcert

Los Strauss hicieron fama componiendo bailes para los salones del decadente imperio austrohúngaro

La tradición del concierto de Año nuevo, celebrado todos los años en la Sala Dorada del Musikverein de Viena, tuvo su origen el 31 de diciembre de 1939. Fue Joseph Goebbels, el ministro nazi de la propaganda, quien promovió ese primer concierto como un homenaje desde Viena al estado alemán, del que Austria era una de sus regiones en aquel momento. Ya entonces, Clemens Krauss, primer director del evento, dedicó el programa íntegramente al más famoso de los Strauss, Johann hijo, acaso el compositor austríaco más popular por su dedicación casi en exclusiva, a lo largo del siglo XIX, a la composición de valses y polkas junto a su padre y hermanos. Desde entonces y hasta hoy el Concierto de Año Nuevo se ha interpretado sin interrupción. En 1958 se inició la costumbre de acabarlo con el vals del Danubio Azul y la marcha Radetzky, que perdura hasta nuestros días. A partir de 1987 se acordó invitar a prestigiosos directores para que dirigieran el concierto. El primero de ellos fue Karajan. El Neujahrskoncert está siempre dedicado a los Strauss, y en algunas ocasiones se cuela alguna pequeña pieza de otro compositor en medio de los valses y polkas. Hasta 1991 no apareció Mozart en el programa y Beethoven tuvo que esperar hasta el 2020, cuando coincidiendo con el 250 aniversario de su nacimiento, se interpretaron seis de sus doce contradanzas. Cuando visité por primera vez Viena hace unos años, me sorprendió la omnipresencia turístico-cultural de Strauss, en toda suerte de negocios, eventos, souvenirs y objetos de lo más variopinto, en detrimento de otros compositores austríacos y alemanes mucho más importantes para la historia. Me sorprendió que una ciudad que presumió durante siglos de ser la capital de la música, que acogió a nombres tan estratosféricos como Mozart, Beethoven, Brahms o Mahler, se esfuerce en reivindicar tan cansina y abrumadoramente a una saga de compositores que, objetivamente, nunca hicieron música “seria” y cuyo prestigio estuvo siempre cuestionado por los inteligentes. Los Strauss hicieron fortuna componiendo bailes para los conservadores salones nobles del Imperio austrohúngaro, en manifiesta decadencia a finales del XIX. Artistas vieneses de la Secession como Klimt reaccionaron a principios del siglo XX contra esta sociedad tonta y ultraconservadora, y el imperio se desmoronó tras la Primera Guerra Mundial. En el fondo, el Concierto de Año nuevo es la pervivencia putrefacta de aquella sociedad, que aún hoy sigue mirándose el ombligo y añorando un pasado glorioso.

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