Ser poco práctico

En lo últimos tiempos, el Estado como tal, se ha convertido en una máquina de engullir talento

El concepto de Estado viene dado a una organización política que está constituida por un conjunto de instituciones estables, a través de las cuales se ejerce el uso exclusivo de la fuerza, es decir, de la soberanía. Un poder político supremo que le pertenece a un Estado, por el mero hecho, nada más y nada menos, que ser independiente, libre y soberano. Y que lo ejerce sin interferencias externas, hacia una población en concreto, dentro de unos límites territoriales preestablecidos.

En definitiva, el Estado es la única organización o institución que puede ejercer el uso legítimo de la fuerza. Cualquier otro tipo de actor, ya sea social, político, económico o cultural, que someta por medio de la fuerza a una población determinada es ilegítimo y no se considera como tal. De este parámetro queda excluido evidentemente todas las organizaciones y pactos internacionales que velan por la seguridad y la cultura de paz. Y que se resume, en la práctica, en la Carta de Declaración Universal de los Derechos Humanos -y menos mal que tenemos este marco jurídico para velar y proteger mínimamente una serie de derechos y libertades fundamentales.

En lo últimos tiempos, el Estado como tal, se ha convertido en una máquina de engullir talento, riqueza y prosperidad, excepto a aquellos círculos ya determinados que quieren, ahora sí, seguir viviendo por encima de sus posibilidad, eso sí a costa de la renta, del esfeuerzo y del trabajo de los demás.

Las sociedades se han convertido en estructuras muy poco efectivas. Creadas para evitar contribución al resto de sus miembros e impulsadas para satisfacer las necesidades y caprichos de los individuos, que sólo buscan el beneficio propio.

Las pocas expectativas de futuro, la alta presión fiscal de los Estados y el desánimo general de la población se han extendido hasta los últimos resquicios del tuétano de las personas. El orden natural de las cosas se ha invertido y en las calles se han extendido la crispación, la confrontación y la violencia social, tanto psíquica, como física y verbal. Los tiempos han cambiado, el conflicto social se ha extendido y todas las soluciones que existen encima de la mesa son la autocomplacencia y la destrucción del individuo como tal. La capacidad de autoengaño que tenemos sólo depende de un factor: la necesidad de hasta cuándo y hasta dónde estamos dispuestos a sufrir. Porque la realidad es la que es, no hay más.

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