Un poco más de racionalidad, por favor

Los votantes ¿están más cerca del dúo Carrascal-Leibniz, o del puro sentimiento o la emoción

Nos cuenta Unamuno que cuando Avito Carrascal, personaje de Amor y Pedagogía, estaba buscando a la madre adecuada para el hijo que quería traer al mundo y demostrar que la moderna pedagogía podría conseguir formar genios, se lo tomó con calma analizando con detalle los rasgos de las candidatas. Aparentemente (y tan aparentemente) no se dejó llevar por la pasión. Algo similar hacía el genial lógico-matemático Leibniz cuando se le planteaba la ocasión de casarse: de forma sistemática dividía una hoja de papel en dos columnas que encabezaba con “ventajas”, “inconvenientes”, relacionando a continuación lo que encontraba en cada una de ellas. Método estrictamente racional. Por cierto, nunca llegó a casarse. Puede ser un modelo de qué hacer cuando se trata de tomar una decisión importante. Ignoro cuántos de los que esto lean lo pusieron en práctica en situaciones similares. Confieso que, contra mi cierta racionalidad, no recurrí a tal contabilidad. Dejarse llevar por la emoción, la empatía o cualquier otro sentimiento puede ser aceptable cuando se trata de decisiones que afectan solo a nivel personal. Sin embargo, ¿podemos considerarlas adecuadas cuando se trata de decisiones que van más allá de lo individual y que afectan a lo colectivo? Me gustaría llegar a saber qué criterios se utilizan a la hora de votar en un referéndum, pongamos por caso. Los votantes ¿están más cerca del dúo Carrascal-Leibniz, o del puro sentimiento o la emoción? La pregunta vale, obviamente, para el caso de unas elecciones, sean del nivel que sean. Recuerdo que una vecina me decía que no iba a votar a una persona para alcalde porque ¡tenía bigote! Y no le gustaban los hombres con bigote. Siendo este un ejemplo claramente exagerado, ¿hay alguien que, a la hora de votar, siga el modelo leibniziano? Si los hay, me temo que son muy pocos. Si analizamos las estrategias de los partidos vemos que se dirigen a fomentar emociones, de amor o de odio, porque saben que ahí se cosechan votos. Si retomamos como ejemplo lo de elegir pareja, tendríamos que atender cuántos fracasos se producen en ese campo. Y viendo que las posibilidades de error son casi mayores en el caso de las elecciones que en el de la vida privada, bien harían los políticos y sus estrategas en orientar sus campañas hacia una decisión racional. Sé que es más duro, que es más difícil analizar y decidir. Pero el bien de la colectividad lo merece.

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