Las riquezas desmemoriadas

Y por estos lares vean ese modesto centro social de Topares, que sus vecinos alzaron con esfuerzo

Algo de razón tenían Borges y Shakespeare al advertir, cada uno a su estilo, que estamos hechos de memoria y de sueños, aunque quizá una cosa y la otra no sean sino dos caras de la misma materia fabuladora que nos configura como humanos: seres de sueños voluptuosos y efímeros, nutridos por una memoria volátil, para las promesas (amorosas o políticas) o las historias (del origen de las pobrezas ajenas y riquezas propias). Por eso, quién iba a recordar que el cuadro de Pissarro, «Rue de Saint-Honoré», que luce en el Thyssen, (hasta que el T. Supremo de EEUU no diga otra cosa), fue saqueado por los nazis y luego adquirido por el barón aquel, de escasa memoria, que hoy lo explota en su Museo. Una fruslería, claro, si se revisan los enriquecimientos nacionales surgidos de la 2ª Guerra Mundial (GM). Hay quien novela (J.Abad) el esplendor andorrano a raíz del despojo de los judíos que huían de Hitler por los guías pirenaicos, en una rapiña endémica que cimentó el poderío que se disfruta en la otrora villa pobretona. Y no faltan ensayistas lúcidos como J. Judt (Postguerra) que registran, dolorosamente, la clave de la fastuosidad suiza, en su asistencia al belicismo alemán, blanqueando la rapacidad nazi o al acaparar sus bancos los enormes depósitos del oro y dinero de los judíos defenestrados. No es el único su caso relacionado con la 2ª GM, porque otros países de suyo poco prósperos como Holanda o Suecia, hoy están a la cabeza de la riqueza europea, por causas oportunamente desmemoriadas gracias al olvido bélico tan benigno para la autoestima nacional. Aquí en España surgió otra desmemoria interesada sobre el despegue industrial de catalanes y vascos, a fuer de camuflar sus privilegios históricos, tras el mito de la fatua superioridad cultural o genética. Y por estos lares vean ese modesto centro social de Topares, que sus vecinos alzaron con esfuerzo y décadas después, les llega la Iglesia y lo registra entre las casi 35.000 fincas que inmatriculó gracias a la Ley Aznar de 1998, ampliando su ya inmenso caudal inmobiliario, acopiado desde tiempos de Constantino, allá en el S. IV, cuando olvidó su secular vocación de pobre, para, tras el Edicto de Milan iniciar un atesoramiento que no ha parado de engrosar, a golpe de plegarias que auguran cielos eternos a cambio de ofrendas terrenas de tanto pecador como hay. Tan humano es olvidar, ay, que hasta ella olvidó quién fue y quién es.

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