No somos serios

Lo de llegar en silencio, de manera discreta y sin dar la nota no va con nuestra idiosincrasia

Llegamos tarde, hablamos como cotorras y hacemos más ruido que una feria. Esto es lo que pasa casi siempre al inicio de un evento público, llamémoslo charla, llamémoslo conferencia, llamémoslo concierto o llamémoslo hasta ir a misa. Lo de llegar en silencio, de manera discreta y sin dar la nota no va con nuestra idiosincrasia, y de ser puntuales ya ni hablemos. Hay oradores y artistas, sobre todo éstos últimos, cuyo nivel de exigencia al respecto de horarios y comportamiento puede hacernos pensar que roce la paranoia, pero contemplando el panorama bullanguero que se activa la mayoría de las veces entre el público asistente a una performance empiezo a pensar que se quedan cortos. Como de costumbre, hace falta que sea un fulano de nombre ilustre o, como poco, reconocido para que aceptemos de buen grado y sin rechistar peticiones que no tendrían ni siquiera que ser hechas. Aquí se nos tiene que recordar una y otra vez que el respeto comienza por la atención y el silencio, sea quien sea el protagonista del evento, pero de hacerlo así perderíamos nuestra chispa, ese gracejo tan relajado que poco entiende de lo que en tiempos rancios se llamaría urbanidad. Y más allá de entradas triunfales con taconeos, carcajadas, grititos y correr de sillas podemos encontrarnos con esa otra variante del buscar protagonismo allá donde vayamos. Ya hablé de los amantes del verbo suelto y prolongado cuando se les alcanza un micrófono para hacernos llegar su sapiencia, pero también existe, ¡y en qué cantidad!, ese otro modelo de asistente que toma el turno de preguntas como su momento de gloria y se empeña en deleitarnos con sus anécdotas de yo me acuerdo cuando era joven, yo en mis tiempos, a mí en mi casa. Lo de menos a veces es seguir el hilo de la propuesta abierta porque quiero contar mis cosas y me paso por la tapa de la enciclopedia que a la parroquia congregada mi vida le interese tanto como hacer puenting sin cuerda. Seguimos anclados en un localismo compadre que en unos casos contribuye al sopor y en otros al ensalzamiento de mitos por puro esnobismo. Y ahí seguimos, ignorando que con nuestras escandalosas y tardías entradas triunfales estamos siendo irrespetuosos, pasando por alto que el alimento a nuestra vanidad no llega comiendo del plato de otro y engolosinados con nuestro reflejo en un espejo sin más autocrítica que una humildad fingida y una falsa modestia de baratillo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios