El último viaje del maestro

La Almería que descubrió en aquellos años Juan Goytisolo era una provincia que se resistía al régimen y que sobrevivía

Dicen que el espíritu indomable del joven novelista Juan Goytisolo le hizo interesarse por la provincia de Almería a finales de los cincuenta. Que solía empuñar la luz de sus pupilas por aquellas calles, donde un caos antiguo devorada los viejos claustros de la memoria. Dicen, aquellos que le conocieron de cerca, que descubrió sobre esta tierra de áridos espejos su belleza y la soledad que en ocasiones le asistía. Asaltándole sobre el pecho un dolor llamado La Chanca, a quemarropa. Arrastrando un largo aullido como una tormenta que nunca termina. La Almería que descubrió en aquellos años Juan Goytisolo era una provincia que se resistía al régimen y que sobrevivía, a pesar de todo, con su soledad y con su destino. Trémula, convirtiendo en grietas los párpados de los viajeros. Y Juan Goytisolo no fue una excepción. Goytisolo sabía que la única manera de no fracasar era no defraunándose a uno mismo. Y quizás, por eso vivió combatiendo contra cada uno de sus miedos. Quizás, ese fue el hecho que lo arrastró a escribir dos libros de viajes que marcaron su vida íntima: Campos de Níjar y La Chanca. Dos libros que se erigieron, dentro de la lucha contra la censura, como una muestra de la realidad que contrastaba con la propaganda turística que intentaba seccionar la miseria del país. Ocultar la cara más oculta de ese dolor de todos los hombres que azotaba las regiones más íntimas.

Pasado el tiempo, después de sobrevivir los bombardeos de la Guerra Civil, tras atravesar la hambruna y la sed, las calles de La Chanca algo han cambiado, poco. Pero en lo esencial, no. Las calles de La Chanca y sus gentes siguen manteniendo ese espíritu y esa incontenible voluntad de vencer a pesar de la memoria, a pesar del final de las zozobras de nuestro tiempo, a pesar de los labios caídos sobre la frente. Juan Goytisolo ha emprendido su último viaje. Las calles de La Chanca han sido testigo de ello y no olvidará la memoria del maestro. Sus manos intactas en las piedras. Su hondo inspirar en la memoria de los pájaros. El vuelo al fin del hombre sobre las últimas casas de la noche. Y deja como legado el incombustible movimiento de sus compañeros de viaje. Almerienses militantes de la paz y del martillo que con seguridad no dejaran que su nombre acabe como las calles de La Chanca al final de la guerra. Ese es nuestro patrimonio, su memoria. Y nuestra lucha siempre seguirá siendo contra el olvido.

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