Se van unos. No viene nadie

Es verdad que disfrutamos esa maravilla un día si y otro también; pero cada vez menos personas quieren vivir en pueblos pequeños

Fue triste ver un mapa de España publicado por El País que marcaba la despoblación que viven muchos de los territorios de la península. En él hay muchas zonas de Almería, zonas de montaña, incluidos los Filabres, que aparecían marcadas en rojo. No es de extrañar ese éxodo, por mucho que los urbanitas admiren el paisaje en estos tiempos en el que los almendros y algunos otros frutales renacen. Al oír sus comentarios me parece que sienten envidia porque los que por aquí vivimos podemos contemplar a diario unas maravillas que ellos solo pueden ver en excursiones programadas. Y es verdad que las disfrutamos un día sí y otro también; pero alguna razón debe haber para que cada vez menos personas quieran vivir en pueblos pequeños. Me parece que hay tres tipos de personas que permanecen en los pueblos: los que se sienten tan arraigados en su tierra y a sus tierras que no podrían vivir en otra parte; los que no tienen más remedio porque carecen de medios para poder abandonar su pueblo; y los que, vocacionalmente, queremos vivir en contacto con la naturaleza. Pero la vida en los pueblos y en el campo es dura. Porque los servicios están alejados; porque hay que desplazarse varias decenas de kilómetros por carreteras reviradas para poder ir al médico; o mandar a sus hijos con trasporte escolar en trayectos de más de cuarenta minutos; o la carestía del pequeño comercio. Y sobre todo están los escasos medios que ayuden para poder ganarse la vida. Porque estas circunstancias se agravan cuando encontramos normas que, lejos de favorecer la posibilidad de sobrevivir solo ponen obstáculos para un desarrollo suficiente de la agricultura y la ganadería. Sin ir más lejos: extrañas limitaciones en las ayudas a los cultivos ecológicos o los problemas con el agua: a estas zonas altas y con sequías endémicas no van a llegar trasvases. Y cuando algunos intentan obtener por sus propios medios agua, viene una absurda norma que limita el uso del agua obtenida con cuantiosas inversiones a una única parcela catastral. Parece que ignoran que en nuestras comarcas las parcelas catastrales son de pequeña extensión, y nunca es rentable invertir miles de euros para poder regar media hectárea de almendros. Hay que modificar esas leyes, entre otras cosas. Si no, viviremos lo de: "Colgado de un barranco duerme mi pueblo blanco…. escapad gente tierna, que esta tierra está enferma". Bueno, la tierra no: las políticas.

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