La bonanza de la vejez depende a menudo de cómo se disfrute antes de que te atrape la decrepitud invalidante. Y es que burla burlando lo biológico por lo conductual, hoy ya no es raro que la tercera edad dure tanto o más que la primera o la segunda etapa vital, ofreciendo la oportunidad de coronar una bella vida. Pero ese premio no se regala: exige consciencia y esfuerzo. Consciencia de que el brillo juvenil lo regala la naturaleza, mientras que una buena vejez se asemeja a una obra de arte; y esfuerzo porque esa obra maestra solo se teje con tesón y sensatez. Y no hablo por hablar: cuando se asumen los límites físicos y se exprime la experiencia nutricia, se accede a una felicidad análoga a la de la mocedad (o eso dice el estudio de la U. de Warwick que cita el profesor R. Iacub). Una reflexión a cuento del Día Internacional de las “Personas de Edad”, con el que la ONU nos sensibiliza acerca de los derechos sobre una ancianidad cada día más extensa y proactiva aunque aún algo difusa. Porque, a ver, lo que es edad, cada cual tiene la suya y lo mismo se ve a un joven envejecido que a un anciano lozano, y no faltan equívocos que dificulten fijar a qué edad comienza la tercera edad, ese galimatías sin respuesta única que, según se viva, pinta de una forma u otra. Sí tengo por cierto que las urgencias hormonales amainan y que eso favorece cierta serenidad ante los reveses de la vida, sin que merme la capacidad de disfrutar de otros asombros ignorados en tiempos de revolicas mozuelas y, en fin, sin que obste para alcanzar otros gozos menos vigorosos, pero no menos placenteros que los de antaño. Acaso alejados del ideal derrochador de la cultura consumista, pero cercanos al ideal de cierta sabiduría sobre las cosas de la vida porque se controla mejor el talante emocional a fuer de sopesar y procesar los envites cotidianos con mayor serenidad. De ahí que haya quien hable de la paradoja de la vejez (también de R. Iacub) cuando a pesar del declive físico se logra aumentar el bienestar psicológico. Y es que bien mirada la cosa, cada una de las etapas vitales, tiene sus propios alicientes, sus pegos y sus valores, algunas casi exclusivas de cada edad (que o los saboreas en su tiempo o quiebran) y otras intemporales, sin fecha de caducidad, si se asimila que hasta la vejez tiene sus modestas virtudes y sus plácidos goces. Y que, como dice el dicho: en vinos y en amores, los viejos son los mejores.

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