Tribuna

Rafael Montes

Banderas de nuestros padres

La realidad de hoy, en los pueblos, es precisamente la que pisamos cuando damos cada paso sobre una calle recién asfaltada o abrimos un grifo del que sale agua potable

Banderas de nuestros padres

Banderas de nuestros padres

Hace unos días, recibí a un amigo en Fiñana, quien estaba realizando un estudio de mercado para evaluar las posibilidades de la comarca de Nacimiento como una alternativa “dormitorio” a la ciudad, dirigida a lo que llaman teletrabajadores híbridos. Se refiere a lugares donde se puede vivir lejos del bullicio de la ciudad, en casas menos costosas, con espacio y servicios necesarios para que, en un futuro, los hijos crezcan rodeados de valores de comunidad más visibles en los pueblos. Hoy, los jóvenes tienen otras necesidades y preocupaciones, como la de dejar de compartir piso antes de los 30 años, si es posible. Obviamente, todo depende de que el tren Guadix-Almería se convierta en una línea de cercanías con frecuencias adecuadas. Todo está por verse. Durante la visita, recorrimos el pueblo y observamos, paso a paso, todo lo que se ha hecho en los últimos años. Desde el Almacén de Trigo, nuestro auditorio, teatro y lugar de celebraciones, hasta el Museo de la Recreación, la urbanización en la zona de la Alcazaba, la señalización de los lugares de interés, los miradores y paseos recién creados. El centro de Interpretación, la piscina, el campo de fútbol o la escuela de música, entre otros muchos lugares, han enriquecido nuestro patrimonio común en los últimos años. Si le gustó o no, nunca me lo dirá a mí, y si la Comarca de Nacimiento cumple o no con esas expectativas, tampoco me lo han dicho. Pero lo que esa persona vio es lo que tenemos, y eso, lo que tenemos, es mucho más de lo que había hace unos años.

Me enorgulleció y llamó la atención el hecho de estar en las quinielas, porque todas las semanas hablo con algunos familiares de esos vecinos que, en los años de la dictadura, tuvieron que marcharse a Terrassa, en Cataluña, porque aquí no había posibilidades de nada para nadie. Y, en cierto modo, me enorgullece que ahora seamos uno de esos lugares que pueden poblarse con jóvenes que buscan espacio y calidad de vida que las ciudades no ofrecen. Dicho de otro modo, estamos dando la vuelta a la tortilla.

En esa visita por la Fiñana de hoy, nos encontramos con un vecino, un hombre humilde, al que han convencido para que porte una bandera y una gorra militar durante las mañanas en la plaza del Ayuntamiento. Y ahí pasa el día. Me apena que sus propios amigos se rían de él mientras de vez en cuando le dicen “¡con dos cojones!”, pero si eso a él le vale para sentirse realizado, pues genial. Al final le pregunté a esta persona que me acompañaba y me dijo: “Rafa, para banderas, las de nuestros padres”.

Quería decir que su bandera eran sus propios problemas, los de su casa, su familia, su ciudad, y que la cabeza, la jornada laboral y la cartera no le daban para más. Y me decía que había aprendido a no mirar más banderas que las de sus padres, las de sus abuelos, porque unos huyeron, otros emigraron y los que se quedaron, se sometieron a la dictadura de quienes hacen de las banderas el tupido velo tras el que esconden todo lo demás. La realidad de hoy, en los pueblos, es precisamente la que pisamos cuando damos cada paso sobre una calle recién asfaltada o abrimos un grifo del que sale agua potable. Cuando nuestros hijos van al colegio que de manera inminente va a tener comedor escolar, a un instituto con ciclos formativos en forestal e informática, donde puedan hacer su examen de inglés para obtener el título de Cambridge, acudir a la escuela de música o que pueden practicar casi cualquier actividad deportiva porque la oferta está, y cuando no existe pero hay interés, pues se crea. Vamos, que en Fiñana somos referencia nacional en Kenpo, pero al que le guste más el voleibol en pista o en arena, el pádel, el fútbol o cualquier otra opción, la tiene a su disposición. Y esa, y no otra, es y debe ser nuestra verdadera bandera, la del pueblo que tenemos que defender. La del pueblo que no podemos permitir que dé ni un paso atrás. Que unos retrocedan en pensamientos e ideología forma parte de la libertad de cada persona, pero retroceder como comunidad es un error que, como sociedad, no podemos ni debemos permitirnos.

Lo hecho, hecho está, y no es poco lo conseguido hasta ahora.

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