Tribuna

Ángel López Moya

Los meses del año

A lo largo de la Historia ha habido muchas revoluciones, algunas de las cuales, con el paso del tiempo, han quedado en agua de borrajas

Los meses del año

Los meses del año

Reconozco que todo lo relacionado con la medición del tiempo, me ha fascinado desde mi infancia y cada día me asombra más, el cálculo tan preciso que ya hicieron los egipcios hace más de seis mil años (4241 a. de C.) de la duración del año solar, estableciéndolo en 365.256 días. ¡Soberbio, impresionante! Para llegar a este número se basaron en la salida de Sirio, que es la estrella más brillante del firmamento vista desde la Tierra. El año lo dividieron en 12 meses de 30 días, más 5 días festivos. En ese aspecto, sí que hemos avanzado, me refiero al laboral. Casi se ha igualado el número de días laborales y el de festivos. Eso sin contar a los que no han trabajado en su vida, que roza los 365 días al año de asueto, relajación y descanso, pero eso ya es arte.

Los romanos dividieron el año en diez meses, que designaron con los siguientes nombres: Martius, Aprilis, Maius, Junius, Quintilis, Sextilis, September, October, November y December. Como se ve, los bautizaron con nombres de astros y ordinales. Después del quinto y sexto mes (Quintilis y Sextilis) cambiaron su nombre por Julius (Cesar) y Augustus. Posteriormente se añadieron dos meses más: Januarius (por Jano, dios de las puertas y Februarius (por Febo, sobrenombre de Apolo) que ocuparon el primer y segundo puesto respectivamente. Así el año quedó dividido en doce meses. Cuatro de ellos de 31 días, siete de 29 y uno de 27. El que no hubiese ningún mes con un número par de días fue por superstición. Los romanos creían que el número par era fatal y el impar era de feliz agüero. De esta forma el año resultaba corto: 354 días. Tras muchos años y arreglos se llegó al año juliano que tenía los meses impares de 31 días y el resto de 30, excepto febrero con 29. Pero la vanidad del Cesar Augusto quiso que su mes, que era par, fuese por lo menos igual que julio, que por ser impar, tenía 31 días. Así que decretó que agosto tuviese también 31 días y lo hizo a costa de febrero, que ya andaba tocado del ala con 29 días. También pienso, pero esto es una reflexión mía, que le había perdido el respeto a Febo. Es probable que algún asesor de la Corte del Faraón esté pensando cambiar septiembre por sanchembre y si es preciso, quitarle un día a febrero, que lo aguanta todo. Para que no hubiese tres meses seguidos (julio, agosto y septiembre) de 31 días, se le quitó un día a septiembre y se le dio a octubre y se añadió otro a diciembre. En fin este es el calendario romano, que con algunos ajustes (Gregorio XIII 1582) ha llegado hasta nuestros días. Sin embargo a finales del siglo XVIII los franceses, en su fiebre revolucionaria, implantaron el calendario republicano, aprovechando los ratos libres en que no guillotinaban a nadie.

A lo largo de la Historia ha habido muchas revoluciones, algunas de las cuales, con el paso del tiempo, han quedado en agua de borrajas: la comunista, la de los claveles, la de la minifalda y la de la viagra (muchos mueren en el intento) Pues bien los franceses, retomando el tema, quisieron poner patas arriba todo, y cómo no? Habían de hacerlo también con el calendario. El nuevo año empezaba el 22 de septiembre de 1792 (fecha de la proclamación de la República) El año continuó dividido en 12 meses de treinta días y cinco días o seis, si el año era bisiesto, complementarios. Los nombres de los meses se establecieron atendiendo a las cosechas o a la climatología. De esta forma y siempre partiendo del 22 de septiembre, el primer mes se llamó Vendimiario, conformando el otoño Brumario y Frimario. El resto de los meses se llamaron: Nivoso, Pluvioso, Ventoso, Germinal, Pradial, Floreal, Mesidor, Termidor y Fructidor.

Evidentemente este calendario no tenía ninguna visión universal, puesto que no era aplicable ni siquiera en sus propias colonias, por encontrarse algunas de estas en el hemisferio austral y haber un desfase de seis meses. El afán de cambiar todo lo anterior es perverso, porque hasta los sátrapas y dictadores, siempre han hecho algo bueno. También en España cada mes tiene otro u otros nombres además del oficial; por cierto que esta costumbre que de alguna forma nos acercaba a la naturaleza y por qué no, a la religión, se va perdiendo y es una pena: así a mayo se le llamaba mes de las flores y mes de María, a junio San Juan, julio Santiago etc. o aquellos refranes que enlazaban los meses: febrero loco, marzo ventoso y abril lluvioso hacen a mayo florido y hermoso. Es cierto que la técnica ha traído el progreso, pero no es menos cierto que en algunos aspectos hemos perdido la ilusión y hasta el deseo de las cosas. Durante mi niñez había un refrán que ya pocos usamos: “Por Santa Ana, a requerir la parrilla temprana” es decir que el día de Santa Ana, 26 de julio, se buscaban en las parras más tempranas las primeras uvas maduras, que en esta zona eran las “molineras” y las de “cuerno”. ¡Casi un año deseándolas! Hoy en los Hipermercados tenemos frutas de todo tipo, procedentes de los países más lejanos del mundo, con una presentación inmejorable durante todo el año.

El caso es que empecé hablando de los egipcios y casi acabamos tomando las doce uvas. Bien visto, tampoco sería un disparate, porque si hay alguna conexión entre un año y el siguiente no cabe duda que son las uvas. Todo un símbolo.

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