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El reto de Isaac Túnez

Aunque a corto plazo la investigación biomédica puede resultar una especie de lujo, a medio y largo plazo resulta esencial

El reto de Isaac Túnez

El reto de Isaac Túnez

El nombre de Isaac significa “hará reír”. Y tiene su explicación: un misterioso viajero anunció a Sara que tendría un hijo, lo que despertó su hilaridad. Una cosita, esa esposa del primer patriarca hebreo, Abraham, tenía noventa años y había perdido “la costumbre de las mujeres”. Sin embargo, el niño llegó. No había reproducción asistida como la guiada por Yahveh. Pues bien, esperemos que D. Isaac Túnez despierte nuestra sonrisa, que no nuestra hilaridad. Como responsable de la Investigación, el Desarrollo y la Innovación Sanitaria de la Junta de Andalucía tiene una responsabilidad tan importante como difícil. Me consta que condiciones personales no le faltan para acometerla. Para empezar, disfruta de una excelente formación. En su condición de profesor de Bioquímica, especializado en Neurociencia, de la universidad de Córdoba, conoce de primera mano la importancia de la investigación en esas materias. Se da la circunstancia de que los únicos premios Nobel de Ciencia que ostentan ciudadanos españoles fueron sendos médicos, Ramón y Cajal y Severo Ochoa. Y puesto que el primero era un neurocientífico y el segundo un bioquímico, parece que en la persona de Isaac Túnez se solapan ambas especialidades. Los aficionados a la teoría de la evolución sentiríamos la tentación de decir que Isaac estaba preadaptado a la tarea que ha asumido. También posee cierta experiencia de gestión, pues ocupó el puesto de vicerrector de profesorado en su universidad. Y, en tercer lugar, cualquiera que haya negociado con él se habrá percatado de que es una persona atenta y abierta a escuchar a sus interlocutores.

En aplicación de esas condiciones previas, su equipo ya ha preparado algunas iniciativas para potenciar y estimular la investigación sanitaria en Andalucía. Llegados a este punto, acaso se preguntará el lector ¿dónde está, pues, el problema? Más que de problema cabría hablar de condiciones de contorno. Como es obvio, la primera función de nuestro sistema sanitario es la asistencia clínica a los enfermos. Razonablemente, asociamos la palabra “médico” a la palabra “curación”. Esperamos de nuestro personal sanitario que nos diagnostiquen las enfermedades que podamos padecer y que nos alivien en la medida que los conocimientos médicos permitan. Más recientemente se ha introducido la idea complementaria de que nos ayuden a no desarrollar esas enfermedades; dicho de otro modo, que nos ayuden a prevenirlas. Más difícil es percatarse es que ninguna de esas dos funciones sería factible si unas décadas antes nadie hubiese investigado sobre esas dolencias y los modos de tratarlas y prevenirlas. Aunque a corto plazo la investigación biomédica puede resultar una especie de lujo, a medio y largo plazo resulta esencial. ¿Qué habría ocurrido con la reciente epidemia de coronavirus si durante más de veinte años ciertos investigadores médicos no hubiesen estado explorando en silencio las posibilidades terapéuticas de las moléculas de ARN? Pues que habría resultado imposible obtener las vacunas de ARN en apenas dos años y, en consecuencia, habrían fallecido centenares de millones de personas más en el mundo.

En suma, el debate no reside en la cualificación de Isaac, ni en la disposición de su equipo a impulsar las investigaciones, sino en que el conjunto de los médicos comprenda la importancia que incluir los méritos de investigación en las dotaciones de personal y en los sucesivos concursos de traslado o de provisión en plenitud de plazas. Nadie niega que la experiencia clínica y la antigüedad profesional son valores que tener en cuenta, pero no deben ser los únicos criterios que barajar. Aunque sea con carácter secundario y complementario, la función investigadora biomédica no debe obviarse. De otro modo se produciría un doble daño: ciertos médicos bien preparados y dispuestos a investigar se verían ocupando plazas en destinos en los que no podrían aplicar esos conocimientos y, simultáneamente, ciertos equipos de investigación ya formados y en pleno funcionamiento se verían desmantelados. Por tanto, es muy importante que los sindicatos presentes en el sector capten, y no solo retóricamente, la importancia de no obstaculizar los competentes esfuerzos del equipo de Isaac en su materia. Colaboren con él y no actúen como fuerzas sindicales del siglo XIX, sino del XXI. Junto a sus tradicionales y beneméritos desvelos por proteger a los profesionales, piensen los sindicalistas también en la responsabilidad social que les concierne a la hora de facilitar las iniciativas sobre investigación médica. Por mi parte, otorgo un voto de confianza a Isaac y su equipo. Saben del tema, tienen experiencia y, lo más importante, están motivados. No los bloqueen, please.

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