Semana Santa

Semana Santa de Almería: Corona de espinas meteorológica

Jesús de la Humildad y Paciencia sale de La Salle

Las nubes se habían disipado del cielo almeriense. Agua no iba a caer. O por o menos no lo parecía con el empeño que ponía el viento en llevarse a la borrasca hacia otras latitudes. En el patio de La Salle ya no sabían qué era peor: lluvia, que favorece tomar la decisión de no salir y que es vida para el campo almeriense; o viento, que te pone contra la espalda y la pared, y para más inri, seca aún más la tierra y el ambiente.

Una corona de espinas, dolorosa, hincada con saña, con maldad. Capaz de lacerar cualquier esperanza e ilusión cofrade. A las seis de la tarde, cuando abrían las puertas del Colegio La Salle, en plena Rambla de Almería, las ráfagas de viento que se ensañaban con la ciudad rondaban los 50 kilómetros por hora. Y lo peor es que no había previsión de que bajara hasta por lo menos dos horas después. La decisión era difícil de tomar y en el caso de que se optara por la prudencia, difícil de asumir por los hermanos que iban a procesionar.

El viento es traicionero. Si bien la lluvia disipa rápidamente, puesto que el palio, manto o los enseres se pueden dañar, las ráfagas que soplaban este Martes Santo en Almería iban por calles. Unas quedaban ciertamente protegidas y no iba más allá de un engorro, pero otras más abiertas eran un auténtico cañón de aire, capaz de tirar alguna insignia tipo estandarte, o provocar alguna escena desagradable con el palio.

Pese a todo, la hermandad lo tuvo claro desde un principio. Nuestro Padre Jesús de la Humildad y Paciencia, María Santísima de Gracia y Amparo y San Juan Evangelista debían de estar en las calles de Almería para tratar de alegrar una tarde desapacible, de las típicas de Almería cuando al levante o al poniente le da por darse un garbeo por la provincia.

Eran las seis de la tarde, no había dudas. Las puertas de La Salle se abrieron de par en par. En vez de niño, como cualquier día del año, era la cruz guía la que se encontraba un gentío cada vez mayor en la acera ascendente de la Rambla. Por segundo año, los pasos salen por los portones delanteros del colegio lasaliano y tiene que avanzar durante unos metros por la acerca hasta que encuentra el asfalto.

El primer bofetón ventoso fue desagradable. Candelería apagadas, avance dificultoso, túnicas y capirotes al aire... Pero la fe mueve montañas y los hermanos de la cofradía de Los Molinos querían completar su estación de penitencia y fueron la avanzadilla para que el Amor, media hora más tarde, también tomara la decisión de procesionar.

Pese a lo dificultoso del momento, Coronación consiguió lucirse, brilló por el centro de la ciudad y desafió al viento hasta las puertas de su barrio. Y es que los titulares de la hermandad, acompañados de decenas de vecinos, se despidieron del Martes Santo en su Iglesia Parroquial de Santa María Magdalena.

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